El Misterio del Laboratorio de Computación
Era un soleado día de octubre en la Escuela Primaria Argentina. Los alumnos de quinto grado se preparaban para una clase especial en el laboratorio de computación. El maestro, el Sr. Romero, siempre decía que la tecnología podía ser mágica y que debía usarse con responsabilidad.
La clase comenzó y, como siempre, los chicos estaban emocionados.
"Chicos, hoy aprenderemos las reglas del laboratorio de computación", dijo el Sr. Romero mientras escribía en la pizarra.
"Primero, debemos tratar las computadoras con cuidado. Son herramientas valiosas".
Todos los niños asintieron, aunque algunos ya estaban impacientes por comenzar a jugar. Mientras tanto, la maestra Arantza entró a la sala, trayendo consigo un misterio.
"Hola chicos, tengo una sorpresa. Pero primero, ¡escuchen las normas y luego les contaré!".
"Norma dos: no debemos comer ni beber aquí", continuó el Sr. Romero.
"Norma tres: no debemos cambiar la configuración sin permiso".
"Y por último, siempre debemos dejar todo limpio al finalizar".
Justo en ese momento, un ruido extraño resonó en el aula. Todos miraron hacia la ventana donde una computadora parpadeaba de manera inusual.
"¿Qué fue eso?" preguntó Tomás, un chico curioso.
"No lo sé, pero se ve raro", respondió Lucas, con los ojos muy abiertos.
"Podría ser un fantasma de la computación", bromeó Ana, riendo.
Pero el Sr. Romero no se rió.
"Chicos, la tecnología puede a veces hacer cosas inesperadas. Vamos a investigar".
Se acercaron a la computadora que parpadeaba y el Sr. Romero comenzó a teclear en el teclado.
"A ver si conseguimos acceder al sistema". De repente, en la pantalla apareció un mensaje misterioso: "¿Quién respetará las reglas del laboratorio?".
"Esto se pone interesante", dijo la maestra Arantza con una sonrisa en su rostro.
"¡Es una búsqueda del tesoro digital!".
"¿Qué debemos hacer entonces?" preguntó Lila, emocionada.
"Debemos resolver acertijos y encontrar las respuestas a las reglas", explicó el Sr. Romero.
"Pero debemos trabajar en equipo y respetar las reglas".
Los chicos aceptaron el desafío con entusiasmo. Se dividieron en grupos y comenzaron a buscar por toda la sala pistas sobre las reglas que habían aprendido.
El primer acertijo decía: "La computadora tiene más de un color, pero en el aula no deberías tocarla sin amor".
"Eso debe referirse a las computadoras, no debemos usarla solo para jugar, sino para aprender".
El siguiente acertijo era más difícil. Decía: "Si tus manos están sucias, lo que tocas se arruina. En este laboratorio, eso es una pena y una rutina".
"¡Es sobre mantener el espacio limpio!" exclamó Lucas.
"Implica cuidarlo y no comer aquí".
Después de resolver varios acertijos, llegaron al último.
"Has llegado lejos, pequeños detectives, pero para acceder a la computadora y ganar el premio, debes saber la norma que siempre es tu guía".
"¡Es la regla más importante!" gritó Ana.
"Es la norma de respeto, debemos cuidar nuestras cosas".
"¡Claro! Respetar es la clave para que todos puedan disfrutar del laboratorio de computación".
Sudando por la emoción y el esfuerzo, el grupo empezó a aplaudir al unísono. Al hacerlo, la computadora empezó a emitir luces de colores y un sonido mágico.
"¡Lo logramos!" gritaron todos juntos.
"Ahora, para su sorpresa", dijo el Sr. Romero con una sonrisa. En la pantalla apareció un divertido video que mostraba cómo usar las computadoras de manera segura y las reglas en acción.
Los chicos no podían creerlo. Aprendieron de la manera más divertida y, por supuesto, jamás olvidarían las reglas del laboratorio.
"¡Esperen! Ahora que sabemos cómo cuidar las compus, tenemos que compartirlo con el resto de la escuela" dijo Lila.
"Sí, deberíamos hacer una presentación y contarles sobre lo aprendido".
"Así todos podrán disfrutar y jugar sin miedo", completó la maestra Arantza.
Y así, al final del día, los alumnos no solo aprendieron las reglas del laboratorio de computación, sino que también se convirtieron en auténticos embajadores de la tecnología responsable. Con una sonrisa en el rostro, se despidieron del salón, sabiendo que había más saber, aventuras y risas esperándolos en sus próximas clases.
Desde ese día, la escuela tuvo sus "Guardianes de la Computación", y todos los alumnos siempre recordaron lo importante que era respetar las normas, no solo en el laboratorio, sino en cada rincón de su vida.
FIN.