El Misterio del Lago Perdido



Era hace algunos años, cuando sucedió algo raro en el pueblo. Me acuerdo que un día, en el recreo del colegio, mi amigo Leo me contó que había un lago escondido detrás de las montañas. "No es cualquier lago, man. Se dice que es mágico"-, me dijo con los ojos brillando de emoción. Al principio, pensé que era otra de sus locuras. Pero, un par de semanas después, el rumor del lago se había esparcido por toda la escuela.

En un principio, solo éramos Leo y yo. Nos metimos en el bosque un sábado por la mañana. Era fácil, porque Leo vivía cerca y conocía un atajo. Caminábamos y charlábamos, pero conforme nos adentrábamos, todo se volvía más oscuro y los árboles parecían más altos. "¿Estás seguro que es por acá, Leo?"- le pregunté, un poco dudoso. "¡Yo sé lo que digo! Solo un poco más"-.

Después de una hora de caminar, llegamos a un claro. De repente, el aire se llenó de un brillo extraño, como si tuviésemos un filtro de Instagram en la cara. Y ahí estaba, el lago. El agua era tan clara que podías ver el fondo lleno de piedras brillantes. "¡Lo ves! Te dije que era mágico"-, gritó Leo, mientras corría al borde del agua.

Pasamos el resto del día explorando, tirando piedras y tratando de atrapar los pececitos con las manos. Pero lo que más nos gustaba era escuchar el silencio. Era un silencio que se sentía vivo. Allí, lejos de la rutina del colegio, nos convencimos de que siempre nos encontraríamos en ese lugar secreto.

Pasaron los meses y, cada vez que había un buen día, íbamos al lago. Pero un día, Leo no apareció. Me preocupé, así que fui a su casa. "No puede ser"-, me dije. Al llegar, su mamá me dio la noticia: su familia se mudaba a otra ciudad. Eso me dolió un montón. No dije nada, solo me fui con la cabeza llena de recuerdos.

Con el tiempo, la vida siguió. En la escuela conocí a otros amigos, pero siempre había algo en mí que extrañaba el lago. Un día, fastidiado por la rutina, decidí ir ahí solo. Quería recordar esos momentos con Leo, así que me armé de valor y caminé hacia el bosque. Esta vez, sin atajos. Era más difícil, pero no me rendí.

Cuando finalmente llegué, el lago seguía ahí, igual de hermoso. Pero había algo diferente: el agua estaba un poco más turbia y el silencio parecía tener un eco de tristeza. "¡Hola!"- grité, esperando que Leo apareciera en cualquier momento.

Pero solo fui respondido por el sonido de unas hojas cayendo. Me senté en la orilla y contemplé todo lo que había pasado. En ese momento, comprendí algo: el lago no solo era mágico; era un lugar de encuentros y despedidas.

Decidí que no podría dejar que ese lugar se olvidara. Así que, en el siguiente recreo, les conté a todos sobre el lago. "Es un lugar donde las promesas se hacen"-, les dije. "Y podemos hacer algo para cuidarlo"-. Al principio, muchos se reían, hasta que los convencí de hacer un campamento.

Un grupo de amigos y yo organizamos una limpieza del lago. Fue increíble ver a tanta gente uniéndose por una causa. La alegría de ver el lago relucir de nuevo, como en nuestros recuerdos, no tiene precio.

A partir de ese día, siempre que alguien se mudaba, se hacía un ritual en el lago. Un nuevo lugar en el que siempre nos encontraríamos, así como yo lo hice con Leo. Y aunque ya no estaba, sentía que de alguna manera él también estaba ahí, enseñándonos a cuidar lo que amamos.

Esa fue la lección que nunca olvidaré. A veces, el verdadero misterio no son los lugares mágicos, sino el significado que les damos y las conexiones que forjamos con los demás. Y aunque los años pasen, el lago siempre será nuestro lugar especial. Aunque yo ahora tenga quince, sigo regresando a ese mágico rincón de la infancia. Y cada vez que lo hago, sólo puedo sonreír al recordar a mi gran amigo Leo.

Y así concluye la historia del lago perdido, que nunca dejó de ser nuestro.

FIN.

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