El Misterio del Lago y el Cadejo



Era un hermoso día soleado cuando Ciara, Valentina, Sara y Victoria decidieron que era el momento perfecto para ir de paseo al lago. Las cuatro amigas estaban muy emocionadas y habían preparado una canasta de picnic con fruta, galletitas y unas ricas empanadas que había hecho la abuela de Valentina.

"¡No puedo esperar a llegar!", gritó Ciara, saltando de alegría.

"Yo tampoco, traemos un montón de cosas ricas", agregó Valentina.

"Y no olvidemos la pelota!", recordó Sara, mientras movía la canasta de un lado a otro.

"¡Vamos, que la tarde nos espera!", exclamó Victoria, tomando la delantera mientras las demás la seguían.

Cuando llegaron al lago, el lugar era despejado y rodeado de árboles que se movían suavemente con la brisa. Las amigas se sentaron sobre una manta y comenzaron a disfrutar de la merienda. Mientras comían, hacían planes de lo que jugarían después.

"¡Podemos jugar a las escondidas!", sugirió Sara.

"O hacer una carrera hasta aquel árbol!", respondió Ciara, señalando un hermoso sauce llorón.

"No, no, primero vamos a jugar un rato y luego nadamos un poco", interrumpió Valentina, con los ojos brillantes de emoción.

"¿No les parece que está muy tranquilo?", preguntó Victoria, mirando alrededor con curiosidad.

Las chicas asintieron, pero decidieron no pensar en eso. Después de un rato de juegos, decidieron explorar un poco el lugar. Mientras caminaban por la orilla, se apareció un perro negro de pelaje enredado, con ojos amarillos que las miraban fijamente desde la sombra de los árboles.

"¿Qué perro más raro!", exclamó Valentina, mientras se acercaba con curiosidad.

"¡No! No te acerques!", gritó Ciara.

"¡Es el cadejo!", susurró Victoria, asustada.

El perro levantó la cabeza y aulló, llenando el aire con un sonido que resonaba como un eco lejano. Las amigas se quedaron paralizadas al escuchar la leyenda del cadejo, un espíritu que se dice ronda los lagos y da miedo a los que se atreven a acercarse demasiado.

"No puede ser, es solo un perro, debemos haberlo asustado", dijo Sara, intentando calmar a sus amigas.

"¡Pero no debe estar aquí!", insistió Valentina, mirando al perro que las observaba con un brillo extraño en sus ojos.

En un arranque de valentía, Valentina decidió acercarse y le ofreció un poco de comida de su canasta. El perro se acercó lentamente, y cuando tomó el bocado, las chicas notaron que se había calmado.

"Miren, parece que no quiere hacernos daño", dijo Valentina, con una sonrisa.

"Tal vez solo estaba buscando un poco de compañía", sugirió Victoria, aliviada.

"Sí, hasta podría acompañarnos en el picnic", se animó Sara.

Las cuatro, ahora más seguras, se sentaron de nuevo en su manta y poco a poco, el perro se fue acercando hasta sentarse junto a ellas. Pronto, comenzaron a jugar y a reír, olvidando el susto que habían pasado. El misterioso perro pareció convertirse en un nuevo amigo de aventuras.

Al final del día, cuando el sol comenzaba a esconderse detrás de las montañas, el cadejo se despidió con un leve movimiento de su cola, como si entendiera que ya no había miedo, solo amistad. Las chicas se prometieron volver al lago, no solo para disfrutar, sino también para contarle a todos que el cadejo no era tan aterrador después de todo, sino más bien un guardián sonriente que esperaba la compañía de un grupo de amigas valientes.

"Creo que tenemos una gran historia para contar", dijo Ciara, mientras el perro se desvanecía en la penumbra.

"Una historia sobre cómo transformar el miedo en amistad", agregó Valentina.

"¡Sí, y sobre la importancia de no juzgar un libro por su portada!", concluyó Sara.

Y así, con el corazón lleno de alegría y sin miedo en sus almas, las cuatro amigas regresaron a casa, listas para compartir su maravillosa experiencia con todos.

FIN.

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