El Misterio del Niño Fantasma



Era una tarde nublada en el barrio, y el parque estaba tranquilo. Vega, Alex, Aitana, Brais, María y Adriana, un grupo de amigos inseparables, se habían reunido como de costumbre para jugar al aire libre. Sin embargo, había un rumor en el vecindario sobre un niño fantasma que aparecía en un sendero que bordeaba el parque. Muchos decían que llevaba una máscara de hoja, y que sólo se mostraba a aquellos que tenían el valor suficiente para enfrentarlo.

"¿Escucharon lo del niño fantasma?", preguntó Vega mientras jugaban a la pelota.

"Sí, dicen que aparece cuando empieza a oscurecer", respondió Aitana con voz temblorosa.

"Vamos, no hay nada de qué tener miedo", les dijo Brais, tratando de alentar a sus amigos.

"Pero, ¿y si es verdad?", se inquietó Alex, mirando hacia el sendero con un brillo de curiosidad en los ojos.

"Yo digo que deberíamos ir a buscarlo", añadió Adriana, emocionada.

"¿Quieres que nos metamos en problemas?" -espeto María, que no parecía dispuesta a arriesgarse-. "Mejor sigamos jugando".

Los amigos se miraron, y aunque el miedo les nublaba la mente, la curiosidad pudo más que el temor. Así que tras un pequeño debate, decidieron acercarse al sendero donde se decía que el niño aparecía. No fue fácil, cada paso al acercarse les llenaba de nervios.

Cuando llegaron, el ambiente se volvió extraño. Los árboles parecían susurrar y la brisa soplaba más fuerte. Entonces, de repente, apareció ante ellos una figura delgada con una máscara de hoja. Los amigos gritaron al mismo tiempo, pero el niño fantasma levantó una mano.

"¡Espera!", dijo con voz suave. "No vengan a asustarse. Solo quiero jugar".

La sorpresa fue enorme. El niño tenía ojos brillantes y una sonrisa cálida. No había razón para temerlo. Brais dio un paso adelante, intrigado.

"¿Por qué usas una máscara de hoja?"

"Porque me gusta el bosque y quiero ser parte de la naturaleza. Pero estoy un poco solo, todos los demás me temen" respondió el niño con tristeza.

"No deberías estar triste. Ven a jugar con nosotros", sugirió Aitana.

"¿De verdad?" preguntó el niño, sus ojos encendiéndose de alegría.

"Sí, claro. Solo porque eres un fantasma no quiere decir que no puedas jugar", dijo Alex.

Así, el niño fantasma comenzó a unirse a sus juegos. Rápidamente descubrieron que era muy divertido, aunque al principio no lo creían. Jugaron a la escondida, saltaron en el barro y hasta formaron un equipo para encontrar hojas de diferentes formas y colores. El miedo se convirtió en risas y alegría.

"¿Ves? No es tan terrible, creemos en el poder de la amistad", dijo María.

"Así es", dijo el niño. "A veces, solo necesitamos un poco de confianza para ver que las cosas no son lo que parecen".

Cuando el sol comenzó a ocultarse, el niño fantasma se despidió de sus nuevos amigos. Pero antes de irse, les dejó un regalo: un puñado de hojas de colores brillantes.

"Recuerden, siempre que vean una hoja hermosa, piensen en mí. Soy su amigo, y siempre estaré aquí en la naturaleza".

Los amigos regresaron al parque riendo y felices, habiendo superado su miedo y aprendido que las apariencias pueden engañar. Desde ese día, hicieron un pacto. Nunca juzgarían a alguien solo por su aspecto. Y cada vez que veían una hoja especial, sonreían sabiendo que su amigo estaba con ellos.

Así, el niño fantasma se convirtió en un recuerdo querido, el que les enseñó sobre la amistad y la aceptación en el corazón de sus memorias.

FIN.

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