El misterio del nombre de la ciudad
En una hermosa mañana en la ciudad de Mendoza, Manuel, un niño curioso de diez años, decidió que era el momento de resolver un misterio que lo había intrigado desde siempre: ¿de dónde venía el nombre de su ciudad?"Mamá, ¿vos sabés por qué Mendoza se llama así?" - preguntó Manuel mientras desayunaba una tostada con dulce de leche.
"No estoy segura, Manuel. Quizás deberías investigar un poco más" - respondió su mamá.
Con la determinación en sus ojos, Manuel tomó su mochila, metió un cuaderno y un lápiz, y salió de casa. Decidido a encontrar respuestas, se dirigió al centro de la ciudad, donde la historia y la cultura se sentían en cada esquina.
Primero, fue al Museo de la Ciudad. Allí conoció al Sr. Gómez, un amable historiador que estaba organizando una exhibición sobre la historia de Mendoza.
"Hola, Manuel. ¿Qué te trae por aquí?" - preguntó el Sr. Gómez, sonriendo.
"Estoy tratando de averiguar por qué se llama Mendoza. ¿Usted lo sabe?" - respondió Manuel, lleno de entusiasmo.
"Claro que sí. Mendoza lleva el nombre de Don Garcías de Mendoza, un gobernador español en el siglo XVI. Fue uno de los primeros en colonizar esta tierra. Pero hay más que eso..." - comenzó a contar el Sr. Gómez, mientras guiaba a Manuel a través de enormes fotos antiguas y mapas.
El niño escuchaba atentamente cuando, de repente, una idea surgió en su mente. "¡Voy a buscar el sitio de fundación de la ciudad! Quizás allí haya más pistas."
"Esa es una excelente idea. La fundación fue un momento clave en nuestra historia. ¡Ten cuidado con lo que encuentres!" - advirtió el Sr. Gómez.
Con su espíritu aventurero, Manuel se dirigió hacia el Parque General San Martín, donde conocía la historia de que la ciudad había sido fundada hace mucho tiempo. Pasó un tiempo buscando, pero en su camino, se encontró con una anciana llamada Doña Clara, que estaba alimentando a las palomas.
"¿Hola, chico? ¿Qué tanto buscas?" - preguntó con una voz suave.
"Quiero saber por qué nuestra ciudad se llama Mendoza. ¡Estoy en una misión!" - dijo Manuel con una gran sonrisa.
Doña Clara pensó un momento. "Yo recuerdo que, en tiempos antiguos, había un río que la gente llamaba 'Mendoza', un apodo que resultó muy popular. Y como dicen, el río da vida. La ciudad creció en torno a él. De allí el nombre, querido, por la historia que brota como el agua. "
"¿El nombre viene de un río? ¡Increíble! ¿Sabe usted dónde puedo encontrarlo?" - preguntó Manuel emocionado.
"Sigue el sendero del parque, el río está al final. Pero cuidado: cada paso que des puede revelarte más de nuestra historia, uno nunca sabe lo que puede encontrar. " - aconsejó Doña Clara, guiándolo con su mirada.
Manuel agradeció a Doña Clara y siguió su camino. Tras un buen rato de caminar, llegó a las orillas del río Mendoza. Era un lugar mágico; el agua brillaba con reflejos del sol. Mientras observaba el agua fluir, recordó lo que le había dicho el Sr. Gómez.
"¡Eso es! Este río fue vital para la gente de antes. Sin él, tal vez la ciudad no existiera. " - dijo Manuel en voz alta, sintiéndose emocionado. Justo en ese momento, encontró una piedra con inscripciones antiguas.
"¿Qué será esto?" - se preguntó, examinándola con atención.
De repente, un grupo de niños pasó corriendo por su lado, interrumpiéndolo.
"¡Manuel, ven a jugar!" - gritaban riendo.
"No, chicos, estoy en medio de una investigación muy importante!" - contestó, intentando concentrarse en la piedra.
Sin embargo, al notar la diversión de sus amigos, decidió unirse por un rato. Después de un rato de juegos y risas, se recordó de su misión y volvió al río. Se puso a imaginar historias de los primeros habitantes que habitaban a su alrededor.
Cuando finalmente regresó a casa, su cabeza zumbaba de ideas y descubrimientos.
"Mamá, tengo una historia increíble para contarte sobre el nombre de nuestra ciudad. Todo comienza con un río..." - exclamó, lleno de emoción.
Y así, Manuel supo que a veces, lo que parece un simple nombre puede tener una historia mucho más rica, llena de aventuras y vida. Su curiosidad y su espíritu explorador lo llevaron a entender que cada rincón de su ciudad estaba lleno de magia.
Desde ese día, Manuel no solo amó más a su ciudad, sino que también se convirtió en un pequeño explorador, buscando saber más del pasado y compartiendo sus descubrimientos con otros. Las historias que contaba se hicieron un pasaporte a imaginaciones ricas, despertando la curiosidad en otros niños, recordándoles que la historia de su ciudad era también su propia historia, tejida en cada paso que daban sobre sus tierras.
FIN.