El Misterio del Otoño Naranja
En un pequeño pueblo, vivía una niña llamada Alison. Desde que tenía memoria, Alison había sentido una extraña conexión con el color naranja. Lo amaba en todas sus formas: los atardeceres que pintaban el cielo, el cálido brillo de las calabazas en Halloween y el dulzor de las naranjas frescas que recogía del árbol de su abuela. Ella creía que el naranja era un color mágico, lleno de energía y alegría.
Un día, mientras paseaba por el bosque cercano, Alison se encontró con un viejo abuelo que estaba sentado en un tronco. Él parecía triste.
- ¿Qué te pasa, abuelo? - le preguntó Alison.
- Oh, querida niña - respondió el abuelo - me siento solo. Mi jardín de calabazas ha dejado de dar frutos y sin ellas, las noches de Halloween se ven muy tristes.
Alison decidió ayudar al abuelo.
- ¡Vamos a buscar una solución! - exclamó con entusiasmo. Juntas, recorrieron el bosque buscando pistas. En un claro, encontraron a un pequeño duende que estaba llorando sobre un sombrero naranja.
- ¿Qué te sucede? - preguntó Alison.
- He perdido mi magia porque olvidé compartirla con los demás - respondió el duende sollozando.
Alison pensó por un momento.
- ¿Y si hacemos algo juntos? - propuso. - Podríamos organizar un festival del color naranja en el pueblo. Todos traerían cosas naranjas y compartiríamos alegría.
El duende dejó de llorar y sonrió.
- ¡Sí! Eso podría funcionar.
Así que, Alison, el abuelo y el duende se pusieron manos a la obra. Comenzaron a preparar el festival. Hicieron pancartas naranjas, decoraron el parque y cada uno comenzó a crear algo especial: el abuelo cocinó tortas de calabaza, el duende hizo pequeños farolitos naranjas y Alison pintó grandes carteles para invitar a todos.
El gran día llegó y el pueblo se llenó de colores. La gente llegó con naranjas, calabazas y vestimentas naranjas.
- ¡Miren qué hermoso se ve todo! - exclamó Alison, mientras el abuelo miraba con lágrimas de alegría.
- Nunca había visto un evento tan hermoso - dijo el abuelo, con una gran sonrisa.
La música sonó y todos comenzaron a bailar, a compartir historias y, sobre todo, a disfrutar de los sabores del otoño.
- ¿Qué tal si hacemos esto una vez al año? - sugirió el duende emocionado.
- ¡Sí! - respondieron todos a coro.
Desde aquel día, el festival del color naranja se convirtió en una hermosa tradición que unía a todos los habitantes del pueblo, y el abuelo nunca volvió a sentirse solo. Alison aprendió que su amor por el naranja no solo era una pasión, sino que podía ser un puente para acercar a las personas.
Al final del día, mientras el sol se ponía y pintaba el cielo de un brillante tono naranja, el abuelo dijo:
- Gracias, querida niña. ¡El color naranja ha vuelto a llenar de vida nuestro hogar!
Y así, con el corazón alegre y lleno de magia, Alison supo que el verdadero poder del naranja no era solo su color, sino la conexión que había creado entre la gente de su pueblo.
Desde entonces, siempre que veía algo naranja, sonreía y recordaba el festival que no solo había rescatado calabazas, sino también afectos y sonrisas.
Cada año, la niña se aseguraba de que el festival fuera aún más especial, recordando siempre que compartir es la magia más grande de todas.
¡Y así, el naranja encantó a su pueblo para siempre!
FIN.