El misterio del tambo encantado



En un pequeño pueblo de campo, rodeado de verdes praderas y cielos azules, se encontraba un antiguo tambo que solía ser muy concurrido. Sin embargo, en los últimos años, los habitantes hablaban de un gran misterio: "¡el tambo estaba encantado!". Los niños del lugar, intrigados y asustados, solían contar historias de ruidos extraños y luces que aparecían por la noche.

Un día, un grupo de amigos decidió investigar. Estaba Lucas, el valiente; María, la curiosa; y Tomás, el incrédulo. Juntos, se dirigieron hacia el tambo al caer la tarde.

"¿Y si hay un monstruo?" - dijo Tomás, temblando apenas al acercarse.

"Monstruos no existen, ¡solo son cuentos!" - respondió Lucas, con confianza.

"Vamos, sólo será una aventura" - animó María, entusiasmada por la idea.

Cuando llegaron al tambo, las puertas crujieron y se abrieron solas. El interior estaba oscuro y polvoriento, pero sí había luces que titilaban detrás de unos barriles. Se acercaron lentamente.

"Mirá, ahí hay algo brillante" - dijo María, señalando con su dedo.

"¡Es un farol!", exclamó Lucas. Y al acercarse, notaron que el farol estaba rodeado de calaveras de madera, talladas con esmero.

"¡Da un poco de miedo!" - murmuró Tomás, ahora un poco más nervioso.

De repente, un ruido sordo resonó. Era como un crujir, seguido por un suave canto que parecía salir de un rincón del tambo. María, con el corazón latiendo a mil, guió al grupo hacia ese sonido misterioso. Tras unos estantes de heno, se encontraron con una vaca que iluminaba el lugar con su brillante pelaje blanco y negro.

"¿Es esa la fuente de los ruidos?" - preguntó Tomás, perplejo.

"¡A ver!" - dijo Lucas, acercándose con cautela. La vaca sonrió y comenzó a cantar una hermosa canción.

"¡Es increíble!" - se maravilló María. "No es un tambo encantado, ¡es una vaca cantante!"

El canto de la vaca atraía a los animales del campo, y pronto el lugar se llenó de gallinas, patos y hasta un perro, que todos comenzaron a bailar al ritmo de la música. Tomás, que ya no tenía miedo, se unió al baile, y se sintió alegre al ver a sus amigos divertirse.

"Me encanta, esto es mejor que cuentos de misterio" - dijo, sonriendo.

"Deberíamos contarle a todos sobre ella" - sugirió María. Así, decidieron que al día siguiente invitarían a todos los niños del pueblo a conocer a su nueva amiga.

Al amanecer, el grupo se organizó para relatar la historia del tambo encantado y su mágica vaca. Todos los niños y sus padres llegaron al lugar. La vaca comenzó a cantar y todos se unieron, riendo y disfrutando del espectáculo.

"¡El tambo no está encantado! ¡Es un lugar feliz!" - gritó Lucas, mientras todos se reían y bailaban.

En poco tiempo, el antiguo tambo se convirtió en un centro de actividades, donde cada semana se realizaban festivales de música, juegos y color.

"No hay miedo en lo desconocido, solo curiosidad", reflexionó Tomás, mientras observaban el bullicio del nuevo lugar.

"Así es, cada misterio puede esconder algo asombroso" - agregó María, sonriendo con complicidad a sus amigos.

Con el paso del tiempo, el tambo encantado dejó de ser un lugar de rumores y se transformó en el corazón del pueblo, donde todos se reunían para celebrar y disfrutar de la compañía.

Y así, los niños aprendieron que no hay que temer a lo desconocido, porque a menudo esconde sorpresas maravillosas esperando a ser descubiertas.

La vaca cantante se convirtió en una leyenda del pueblo y el tambo encantado en un espacio de alegría compartida.

Sin duda, lo mejor de ese misterioso tambo fue la amistad que se forjó en esa mágica aventura.

FIN.

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