El misterio del teatro encantado



En una pequeña ciudad llamada Avon, vivía un grupo de niños apasionados por el teatro.

Ellos se reunían todos los días después de la escuela en un viejo teatro abandonado, donde leían las obras de William Shakespeare y soñaban con interpretar sus personajes en el escenario. Los niños se llamaban Lucas, Sofía, Mateo y Valentina. Eran muy unidos y compartían la misma pasión por el arte. Una tarde, mientras exploraban el teatro, descubrieron un pasadizo secreto detrás del escenario.

Intrigados, decidieron adentrarse en él. Al avanzar por el pasadizo, la luz se volvía cada vez más tenue, hasta que finalmente se encontraron en una sala misteriosa, iluminada por antorchas.

En el centro de la sala, se encontraba un antiguo libro cubierto de polvo. Valentina se acercó y sopló el polvo, revelando las palabras 'El teatro encantado' en la portada. Sin dudarlo, abrieron el libro y descubrieron que se trataba de un guion escrito por el mismísimo William Shakespeare.

Emocionados, decidieron ensayar la obra y presentarla en el teatro. Mientras ensayaban, sucedieron cosas extrañas; luces parpadeantes, objetos que se movían solos y extraños susurros en el aire. A pesar de todo, los niños estaban decididos a llevar la obra a cabo.

Llegó la noche de la presentación y el teatro se llenó de personas curiosas por presenciar el espectáculo. Los niños subieron al escenario con valentía y comenzaron a representar la obra.

De repente, en medio de la función, el viejo telón se descorrió y apareció un hombre vestido como William Shakespeare. '¡Detened esta farsa!', exclamó. Los niños, asombrados, se detuvieron y observaron al misterioso hombre. 'Esta obra ha estado maldita por siglos.

Nadie ha logrado representarla con éxito', dijo el hombre. Los niños, envalentonados, decidieron continuar la obra con determinación. A medida que avanzaban, los fenómenos extraños volvieron a ocurrir, pero los niños no se amedrentaron. Finalmente, llegaron al desenlace de la obra y al hacerlo, la maldición se rompió.

El teatro brilló con luz propia y el espíritu de Shakespeare apareció, aplaudiendo emocionado. 'Habéis demostrado pasión, valentía y determinación. Sois verdaderos artistas', dijo el espíritu.

Desde ese día, el teatro volvió a ser un lugar lleno de vida y magia, y los niños siguieron representando obras que inspiraban a todos los que las presenciaban.

FIN.

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