El Misterioso Charco de Los Paseos
Era una familia muy aventurera la de los Gómez. Cada fin de semana, decidían explorar un lugar nuevo. La excusa perfecta para salir, reír y disfrutar juntos. Pero había un pequeño detalle: sin importar a dónde fueran, siempre terminaban llegando al mismo charco.
Un sábado soleado, la familia decidió visitar el parque de la ciudad.
"Hoy vamos a ver las flores y dar un paseo en el lago", dijo el papá, emocionado.
"¡Sí! Y tal vez podamos alimentar a los patos!", agregó la mamá.
Los niños, Lucía y Tomás, ya estaban con sus mochilas listas, llenas de bocadillos.
Tras un camino divertido lleno de risas y juegos, cuando se dieron cuenta, ya estaban ante el charco.
"¿No habíamos venido aquí antes?", preguntó Tomás, frunciendo el ceño.
"Sí, creo que ya lo habíamos visto en otra aventura. Muy raro, ¿no?", respondió Lucía, de manera curiosa.
Poco desanimados, decidieron sentarse al borde del charco. Mientras devoraban sus galletitas, una rana saltó del agua.
"¡Miren esa rana!", gritó Lucía.
"Es igual a la que vimos el otro día en el campo!", exclamó Tomás, sorprendido por la coincidencia.
Y así, la familia comenzó a observar el charco.
"Tal vez deberíamos investigar más sobre este lugar. ¿Por qué siempre llegamos aquí?", sugirió la mamá.
"Sí, vamos a descubrir su secreto!", agregó el papá.
Decidieron dar un paseo alrededor del charco. Al observarlo detenidamente, notaron que no era sólo agua estancada. Había un montón de vida alrededor: libélulas que revoloteaban, peces pequeños que nadaban, y hasta había patitos chapoteando.
"¡Es un mundo en miniatura!", exclamó Lucía, asombrada.
"Increíble todo lo que hay aquí, esto es una aventura diferente!", sonrió el papá.
De pronto, encontraron una pequeña lápida en la orilla del charco.
"¿Qué es esto?", preguntó Tomás emocionado.
"Es una especie de artefacto o señal. Veamos si hay algún indicio de su historia", dijo la mamá, intrigada.
Tras unos minutos de inspección, encontraron un pequeño trozo de papel con un mensaje garabateado. "El charco es un refugio de sueños. Cuídalo y descubrirás sus secretos".
"¿Refugio de sueños? Suena misterioso", pensó Lucía.
"Porque cada vez que venimos aquí encontramos algo nuevo y mágico", reflexionó el papá.
Decidieron que, a partir de ese día, cada fin de semana regresarían al charco. Descubrieron que se podía aprender sobre la naturaleza, observar y disfrutar de la vida alrededor de él. Desde esas pequeñas criaturas acuáticas hasta las grandes aves que pasaban volando.
"¡Está decidido! Cada semana traeremos algo nuevo para el charco!", dijo Tomás, entusiasmado.
"Así cuidaremos nuestro refugio de sueños y aprenderemos a amarlo", agregó Lucía.
Hicieron un compromiso familiar: cada fin de semana, además de explorar, se detenerían en el charco para apreciar y cuidar de todo lo que allí habitaba. Se volvieron expertos en el refugio de sueños, identificando a cada animal y planta que encontraban.
Los paseos se convirtieron en un momento especial; no solo eran una excusa para salir, sino un espacio para aprender a respetar y valorar el medio ambiente. Y aunque a veces buscaban nuevos destinos, siempre terminaban encontrando un camino que los llevaba al charco.
Y así, los Gómez descubrieron que la verdadera aventura estaba no en el destino, sino en el camino ya recorrido y en cuidar de aquel pequeño refugio de sueños.
Desde entonces, cada paseito terminaba con un juego en el charco, y lo que parecía un destino repetido se convirtió en el nido de un sinfín de historias, risas y descubrimientos en familia. ¡Un lugar que siempre les haría volver!
FIN.