El misterioso jardín de los dulces encantados



cuenta de que la luz provenía de una pequeña puerta escondida en el suelo. Sin pensarlo dos veces, Ana y Ernesto abrieron la puerta y se encontraron con un mundo mágico lleno de aventuras.

Al cruzar la puerta, se encontraron en un hermoso bosque encantado, donde los árboles tenían formas curiosas y los animales hablaban. Ana y Ernesto no podían creer lo que veían. Estaban emocionados por explorar ese nuevo lugar.

Caminaron por el bosque hasta llegar a un claro donde había una casita muy peculiar. Era pequeña y estaba hecha completamente de caramelos y chocolates. En la entrada de la casita, había un cartel que decía: "Bienvenidos al Reino del Dulce".

Ana y Ernesto no pudieron resistirse a probar un poco de esos deliciosos dulces. Pero justo cuando iban a darle un mordisco a una ventana de caramelo, apareció una hada madrina llamada Lucía.

Lucía les explicó que ella era la protectora del Reino del Dulce y les contó sobre las reglas del lugar. Les dijo que podían comer todo lo que quisieran siempre y cuando compartieran con los demás habitantes del reino.

Ana y Ernesto estaban emocionados por ser parte de esa maravillosa comunidad llena de magia y dulzura. Decidieron ayudar a Lucía en su misión de llevar alegría a todos los rincones del reino.

Durante su estadía en el Reino del Dulce, Ana aprendió a hacer galletitas decoradas mientras Ernesto descubrió su talento para crear helados exquisitos. Juntos, organizaron una feria de postres donde todos los habitantes del reino pudieron disfrutar de las delicias que preparaban. Pero no todo era dulzura en el Reino del Dulce.

Había un malvado duende llamado Gastón que siempre intentaba arruinar la diversión de todos. Gastón era egoísta y nunca compartía sus dulces con nadie.

Ana y Ernesto se propusieron enseñarle a Gastón el valor de compartir y lo invitaron a participar en la feria de postres. Al principio, Gastón se mostró desconfiado, pero poco a poco fue viendo cómo la felicidad se multiplicaba cuando compartías con los demás. Finalmente, Gastón entendió el mensaje y decidió cambiar su actitud.

Se disculpó con todos por su comportamiento egoísta y se convirtió en un gran colaborador del Reino del Dulce. Después de pasar un tiempo maravilloso en el Reino del Dulce, Ana y Ernesto tuvieron que regresar a casa.

Lucía les dio las gracias por toda su ayuda y les dijo que siempre serían bienvenidos si querían volver. Los hermanos volvieron al jardín de su casa con una lección aprendida: la importancia de compartir y hacer felices a los demás.

A partir de ese día, Ana y Ernesto llevaron consigo esa enseñanza a todas partes, haciendo pequeños gestos para alegrar el día de quienes los rodeaban.

Y así termina esta historia llena de magia y dulzura, donde Ana y Ernesto descubrieron un mundo mágico bajo las plantas del jardín.

FIN.

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