El misterioso libro de Tomás



Había una vez, en una pequeña ciudad, un niño llamado Tomás que no le gustaba leer. Le parecía que los libros eran aburridos y que había cosas más divertidas que hacer, como jugar al fútbol o andar en bicicleta. Su maestra, la señorita Luciana, siempre decía:

"Tomás, tenés que darle una oportunidad a los libros. Hay historias maravillosas que podrían gustarte mucho."

Pero Tomás solo se reía y respondía:

"¡No, gracias! Prefiero jugar con mis amigos."

Un día, mientras caminaba hacia la escuela, Tomás vio un viejo librero que nunca había notado antes. Tenía una ventana polvorienta y la puerta chirriaba al abrirse.

Al entrar, se encontró con un lugar mágico lleno de libros de todos tamaños y colores. De repente, un libro en una esquina llamó su atención. Era negro con dorado y se veía muy antiguo.

"Ese es el Libro de los Misterios", dijo una voz detrás de él. Tomás se dio vuelta y vio a un hombre mayor, con una barba blanca y ojos chispeantes.

"Yo soy el señor Vicente, el dueño de esta librería. Nunca lo has leído, ¿verdad?"

"No, no me gustan los libros..."

"¡Pero este es especial! Si lo abrís, te llevará a un mundo de aventuras. Solo tenés que usar tu imaginación."

Curioso, Tomás decidió llevarse el libro a casa. Cuando llegó, se sentó en su cama y, luego de pensarlo un momento, abrió el libro. Para su sorpresa, las palabras comenzaron a brillar, y en un instante, fue transportado a un bosque encantado lleno de criaturas mágicas.

Se encontró con un dragón pequeño que parecía triste.

"¿Por qué lloras, dragón?"

"He perdido mi fuego y no puedo volar sin él."

Tomás recordó lo que el señor Vicente le había dicho sobre la imaginación.

"Yo puedo ayudarte, ¿qué necesitas?"

"Debo encontrar el Cáliz de la Luz. Pero el camino es peligroso, y no tengo a nadie con quien ir."

Sin pensar, Tomás decidió acompañarlo.

El viaje estaba lleno de sorpresas: cruzaron ríos con puentes de cristal, conocieron a una tortuga sabia que les dio pistas y enfrentaron a una bruja que quería robarles el Cáliz. Tomás usó su ingenio para distraer a la bruja mientras el dragón recogía el Cáliz.

Finalmente, cuando llegaron a la cima de una montaña y el dragón sopló el Cáliz, una llama brillante salió de su boca y lo envolvió. El dragón sonrió:

"¡He recuperado mi fuego!"

Tomás se sintió muy feliz por su amigo y, de repente, comprendió que había disfrutado inmensamente de la aventura.

En ese momento, el bosque comenzó a desvanecerse y Tomás se encontró de nuevo en su habitación, con el libro en sus manos.

Al día siguiente, emocionado, corrió a la escuela y le contó a la señorita Luciana todo lo que había vivido.

"No puedo creerlo, Tomás. Mirá cómo los libros pueden llevarte a mundos extraordinarios."

"¡Nunca pensé que leer fuera tan divertido!"

Desde ese día, Tomás se convirtió en un ávido lector. Aprendió que cada libro es una puerta a una nueva aventura, y nunca más dejó de disfrutar las historias que tenía por descubrir. Su amor por la lectura creció tanto que terminó convirtiéndose en un contador de historias para todos sus amigos.

Y así, Tomás se dio cuenta que, a veces, solo hace falta un pequeño empujón y un libro mágico para cambiar nuestras perspectivas. Existen mundos maravillosos esperando a ser descubiertos, y lo único que se necesita es abrir un libro y dejarse llevar por la magia de la lectura.

FIN.

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