El Misterioso Televisor
Era un día cualquiera, el sol brillaba y la brisa suave acariciaba las hojas de los árboles. Tomás, un niño de diez años, había pasado la tarde en el parque con sus amigos. Al regresar a su departamento, notó que la puerta estaba entreabierta.
—¿Qué raro! —murmuró Tomás—. Siempre cierro la puerta con llave.
Con precaución, entró al living y, ¡sorpresa! , se encontró con un televisor gigantesco en el medio de la sala, además de que nada había sido robado.
—¿Qué está pasando aquí? —se preguntó Tomás, asombrado mientras se acercaba al mueble brillante.
Tomás buscó indicios de que hubiera habido ladrones, pero todo parecía en su lugar. No había ni un solo objeto del que pudiera quejarse. En su estante, estaban sus libros, sus juguetes... todo tal como lo había dejado.
—¡Mirá esto! —gritó a su hermana Clara, quien venía detrás—. ¿¡Quién deja un televisor gigante en una casa que no es la suya! ?
—No sé, pero no parece que hayan llevado nada —respondió Clara mientras se acercaba, intrigada. —A lo mejor es un regalo.
Tomás y Clara se miraron, ambos pensando lo mismo, pero ante su asombro, el televisor se encendió solo. La pantalla mostró una imagen de un misterioso paisaje lleno de montañas y árboles, donde un pequeño duende apareció.
—¡Hola, chicos! —saludó el duende con una voz chispeante—. Bienvenidos a mi mágico mundo. ¡Soy Bodo, y he llegado a hacerles una oferta!
Tomás y Clara se quedaron boquiabiertos.
—¿Una oferta? —preguntó Tomás, aún sin poder creer lo que veían.
—Exacto —continuó Bodo—. He traído este televisor porque quiero que muestren bondad en su comunidad. Si cada día hacen una buena acción, les mostraré un nuevo paisaje mágico, y al final, recibirán un gratificante premio.
El corazón de Tomás palpitaba de emoción.
—¿Qué tenemos que hacer, Bodo? —preguntó Clara, entusiasmada.
—¡Es muy sencillo! Solo deben ayudar a los demás, y el televisor les mostrará la recompensa —respondió el duende.
Tomás y Clara se miraron, decididos a aceptar el desafío.
—¡Vamos! —dijo Tomás con determinación—. ¡Haremos el bien!
Así, comenzaron su aventura de bondad. El primer día, ayudaron a la señora Emma, su vecina, a cuidar su jardín.
—¡Gracias, chicos! Eres unos ángeles —dijo ella, sonriendo mientras les ofrecía galletitas como recompensa.
En la noche, el televisor brilló y les mostró un hermoso bosque iluminado por luciérnagas.
Al día siguiente, ayudaron a un compañero de la escuela que había olvidado su almuerzo.
—¡Sos genio, Tomás! —le agradeció su amigo, sorprendiendo a los dos.
Esa noche, el televisor mostró un majestuoso castillo en el cielo, y Tomás y Clara se sintieron muy orgullosos de sus acciones.
Los días pasaron, y cada día hacían algo bueno: ayudaron a los gatos de la calle, organizaron juegos en el parque para los niños, y hasta ayudaron a un hombre que había perdido su billetera.
Con cada buena acción, el televisor mostraba nuevos paisajes mágicos, hasta que finalmente, llegó el gran día.
—¡Lo hemos logrado! —exclamó Clara mientras el televisor se iluminaba con luces brillantes.
—¡Sí! —gritó Tomás—. Espero que sea un premio increíble.
Entonces, el duende volvió a aparecer en la pantalla.
—¡Felicitaciones, chicos! Han mostrado un gran corazón y bondad. Como recompensa, les daré un viaje a un mundo mágico donde podrán conocer a criaturas y lugares fascinantes. —dijo Bodo, sonriendo.
Tomás y Clara saltaban de alegría.
—¡Esto es increíble! Gracias, Bodo —dijeron a coro.
Pero entonces, el duende añadió:
—Recuerden, la verdadera magia está en hacer el bien y ayudar a los demás en su día a día.
Y así, Tomás y Clara aprendieron que lo más valioso no era el premio en sí, sino el acto de ser solidarios. Desde ese día, decidieron seguir haciendo buenas acciones y convertir su vida en una verdadera aventura.
Aunque el televisor ya no estaba, el recuerdo de sus hazañas siempre los acompañaría.
Y así, la historia termina con un mensaje claro: la bondad siempre regresa, y está en nuestras manos crear un mundo mejor.
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FIN.