El Mono Negro y la Aldea de los Niños



En una lejana selva, donde los árboles tocaban el cielo y los ríos danzaban entre las piedras, vivía un mono negro llamado Kiki. Kiki era diferente a los demás monos; tenía un pelaje suave y brillante que lo hacía destacar, pero también era un poco tímido y solitario. Aunque tenía amigos, prefería jugar solo en las ramas de los árboles.

Un día, mientras saltaba de rama en rama, Kiki escuchó risas y gritos que venían de la aldea de unos niños aborígenes. Su curiosidad lo llevó hasta allí, y desde un lugar alto en la copa de un árbol, observó a un grupo de niños que jugaban a construir una casa de barro.

"¡Mirá cómo lo hacen! ¡Es tan divertido!" - dijo uno de los niños, mientras llenaba un molde de hojas con barro.

Kiki sintió ganas de unirse, pero sus miedos lo detenían. Justo cuando estaba a punto de volver a su hogar, un niño, llamado Tato, lo vio y le gritó:

"¡Mono negro! ¡Baja a jugar con nosotros!"

Kiki, sorprendido por la invitación, dudó.

"¿Yo? Pero no sé cómo jugar así..." - murmuro, mientras se rascaba la cabeza.

"No te preocupes, ¡enseñame! Siempre es más divertido jugar juntos." - insistió Tato con una gran sonrisa.

Reuniendo coraje, Kiki descendió del árbol y se acercó a los niños. Al principio, sus movimientos eran torpes y poco seguros, pero pronto se dio cuenta de que todos estaban dispuestos a aprender unos de otros.

"¡Podés ayudarnos a poner los palitos!" - sugirió una niña llamada Luna, señalando unos palos que estaban apilados en la tierra.

Con cada paso, Kiki se sentía más integrado. Usó su agilidad para alcanzar los palos más altos y colaborar con los niños. Ellos también le enseñaron a construir con barro y hojas, y aunque al principio se ensució mucho, se rieron juntos,

"¡Ahora sos parte de nuestro equipo, Kiki!" - exclamó Tato, llenando a Kiki de barro.

Sin embargo, mientras todos jugaban, un viento fuerte comenzó a soplar y las nubes llenaron el cielo.

"¡Hay que resguardarse!" - gritó Luna mientras miraba hacia el cielo oscuro.

"¡Corre a la cueva!" - sugirió Tato.

Todos los niños comenzaron a correr hacia la cueva cercana, pero cuando llegaron, se dieron cuenta de que no había suficiente espacio para todos. Kiki, observando, sintió un impulso.

"¡Esperen!" - gritó. "Puedo usar mis habilidades para ayudar. ¡Voy a trepar y traer hojas grandes para cubrir la entrada!"

Los niños lo miraron asombrados y gritaron al unísono:

"¡Buena idea, Kiki! ¡Sos muy inteligente!"

Rápidamente, Kiki se subió a los árboles cercanos y comenzó a recolectar hojas grandes. Regresó rápidamente, cubriendo la entrada de la cueva para proteger a los niños de la lluvia. Mientras lo hacía, una gota cayó sobre su cabeza y comenzó a reírse.

"¡Es como un baño de lluvia!" - gritó Kiki.

Cuando la tormenta pasó, todos salieron de la cueva con gran alegría, saltando y riendo.

"¡Gracias, Kiki! ¡Eras el más inteligente de todos!" - dijeron mientras lo abrazaban.

Desde ese día, Kiki no solo se unió al grupo de los niños, sino que también se convirtió en el líder de sus juegos y aventuras. Se dio cuenta de que ser diferente era especial, y que con valentía y trabajo en equipo podían lograr cualquier cosa.

Los niños y Kiki se volvieron inseparables, compartiendo risas y enseñanzas en la selva. Y así, Kiki aprendió que no importa cuán diferente seas; lo que importa es la amistad y el poder de jugar juntos.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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