El monstruo amable
Había una vez un grupo de niños que vivían en un pequeño pueblo rodeado de bosques. Un día, mientras jugaban en el bosque, se encontraron con un monstruo muy malhumorado.
El monstruo era grande y animal, con dientes afilados y ojos rojos como brasas ardientes. Los niños estaban asustados porque el monstruo les gruñía y les amenazaba con comerlos. -¡No tenemos nada para darte! -dijo uno de los niños mientras temblaba de miedo.
-¡Yo quiero jugar contigo! -dijo otro niño tratando de calmar al monstruo. Pero el monstruo no quería jugar. Sólo quería asustar a los niños y hacerles daño. Cada vez que veía a los niños, los perseguía y les gritaba cosas feas.
Los niños decidieron entonces que tenían que hacer algo para detener al monstruo y evitar que siguiera molestando a la gente del pueblo. Pero no sabían cómo hacerlo sin lastimarlo o enfurecerlo aún más.
Fue entonces cuando uno de ellos tuvo una idea:-¿Qué tal si intentamos hablar con él? Tal vez sólo necesita alguien que le escuche y le enseñe maneras amables de comunicarse.
Los demás chicos pensaron que era una locura tratar de hablar con el monstruo, pero decidieron darle una oportunidad a su amigo. Juntos se acercaron al monstruo con cuidado, esperando no ser devorados por sus colmillos filosos. -Hola señor Monstruo -dijo valientemente uno de los chicos-. Nosotros somos tus amigos del pueblo.
¿Por qué estás tan enojado? El monstruo gruñó y les mostró sus dientes, pero los niños no se rindieron. Le hablaron con voz suave y le explicaron que el enojo no era la única manera de comunicarse.
-¿No te gustaría aprender a hablar como nosotros? -preguntó otro niño-. Podríamos enseñarte algunas palabras amables para que puedas expresar tus sentimientos sin asustarnos. Para sorpresa de todos, el monstruo empezó a escucharlos.
Los niños le enseñaron cómo decir "por favor" y —"gracias" , así como también cómo pedir disculpas cuando hacía algo mal. Con el tiempo, el monstruo dejó de ser tan gruñón y agresivo. Empezó a entender que podía expresar sus emociones sin tener que asustar a los demás.
Y así, gracias al talento y la paciencia de los niños del pueblo, todos pudieron convivir en paz. Desde entonces, cada vez que alguien se encontraba con el monstruo en el bosque, ya no tenía miedo.
En cambio, saludaban al gigante animal con una sonrisa y un "hola señor Monstruo". Y él respondía con una sonrisa amistosa y un "hola chicos".
Y así fue como los niños aprendieron que incluso las criaturas más feroces pueden cambiar si se les trata bien y se les enseña maneras mejores de comunicación.
FIN.