El Monstruo de la Amistad



Había una vez un monstruo llamado Gorán que vivía en un oscuro y espeso bosque. Su aspecto era aterrador: tenía escamas verdes, garras afiladas y unos ojos amarillos que brillaban en la oscuridad. Aunque Gorán era grande y fuerte, era muy solitario, ya que todos los animales del bosque le tenían miedo y lo evitaban.

Un día, mientras Gorán caminaba por el bosque, escuchó llantos que venían de detrás de un árbol. Se asomó y vio a una pequeña niña llamada Sofía. Ella estaba sentada en el suelo, rodeada de flores.

"¿Por qué llorás?" - preguntó Gorán con voz profunda y temblorosa.

Sofía levantó la mirada, sorprendida de ver a un monstruo, pero no se asustó. "Me he perdido y no sé cómo volver a casa..." - dijo con voz triste.

Gorán, sintiéndose un poco inquieto, decidió ayudarla. "No te preocupes, te llevaré. Soy bueno en encontrar caminos, aunque no soy el más querido aquí." - dijo mientras intentaba sonreír.

Sofía, viendo su intento de ser amable, sonrió de vuelta. "Gracias, Gorán. No creo que seas malo. Solo te ven diferente..." - le dijo.

Comenzaron a caminar juntos, pero mientras avanzaban, se dieron cuenta de que el sendero estaba lleno de obstáculos. Había piedras grandes, ramas caídas y arbustos espinosos que les impedían continuar.

"No puedo cruzar eso..." - dijo Gorán mirando una gran piedra. "Soy demasiado grande y torpe. Tal vez mejor volvamos...".

Sofía lo miró con confianza. "No, Gorán. ¡Tú eres fuerte! Puedes mover la piedra. Yo puedo ayudarte a encontrar una forma." - dijo tratando de motivarlo.

Gorán se sintió más seguro. Juntos, empujaron la piedra y, con gran esfuerzo, lograron moverla. Por fin pudieron seguir adelante, y en el camino, se encontraron con un zorro que había quedado atrapado en un arbusto.

"¡Socorro!" - gritó el zorro. "No puedo salir!".

"¡No te preocupes!" - dijo Gorán mientras se acercaba. "Lo sacaré de ahí."

"Pero... ¡Eres un monstruo!" - chilló el zorro asustado. "¡No te acerques!".

Sofía intervino. "¡Es amigo! Él solo quiere ayudar. ¡Confía en él!" - y el zorro, viendo la determinación en la mirada de Sofía, decidió hacer lo que él dijo. Gorán, con suavidad, ayudó a liberar al zorro de las espinas.

"¡Gracias!" - gritó el zorro agradecido. "Eres un monstruo diferente. Ahora veo que no me harás daño.".

Con el ánimo en alto, Gorán y Sofía continuaron su camino. Finalmente llegaron a una pequeña colina, y desde allí, Sofía pudo ver su casa al fondo.

"¡Mirá, Gorán!" - exclamó la niña con alegría. "¡Allí está mi casa!" - y abrazó a su nuevo amigo.

Gorán se sintió contento de haber ayudado, pero también triste porque sabía que su aventura estaba por terminar.

"Gracias por ayudarme a ver los caminos y los obstáculos de una forma diferente" - dijo Sofía con una gran sonrisa. "Eres un amigo, Gorán!".

Gorán, que nunca había tenido un amigo, sintió algo nuevo en su corazón. "Yo también me siento diferente, Sofía. Me gusta ser tu amigo. Ahora entiendo que no tener amigos no es bueno, pero estoy aquí, y puedo ser un buen compañero." - dijo con sinceridad.

Desde ese día, Sofía prometió visitar a Gorán todos los fines de semana. Con el tiempo, más animales del bosque comenzaron a ver que Gorán no era un monstruo temible, sino un gran amigo y protector. Gorán encontró el valor para hacer otros amigos y descubrió que, a pesar de su apariencia, era querido por quienes realmente lo conocían.

Y así, Gorán el monstruo, dejó de ser solo un ser solitario en el bosque y se convirtió en el guardián del mismo, siempre ayudando a quienes lo necesitaban con su corazón bondadoso y su nueva amistad con Sofía. Y cada vez que los demás animales veían a Gorán, recordaban que desde afuera no podemos juzgar, pues lo que realmente importa es lo que hay dentro de cada uno.

Y así, todos vivieron felices, enseñando a los demás que la amistad puede surgir donde menos se espera, incluso entre un monstruo y una niña.

FIN.

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