El Monstruo de la Oscuridad
Era una noche tranquila en el barrio, y Tomás, un niño de ocho años, estaba en su habitación tratando de conciliar el sueño. Afuera, las estrellas brillaban en el cielo, pero dentro de su cuarto, la sombra se había apoderado de cada rincón, y eso le daba miedo. A Tomás le atormentaba la idea de un monstruo que vivía en la oscuridad.
"¡Mamá!" - gritó Tomás con voz temblorosa.
Su madre, que estaba en la sala de estar, corrió hacia su habitación.
"¿Qué te pasa, Tomi?" - preguntó con preocupación.
"Hay un monstruo en mi cuarto. ¡No puedo dormir!" - respondió Tomás, entre sollozos.
"Pero Tomi, los monstruos no existen. Solo son cosas que nuestra imaginación crea. ¿Por qué no intentas hablar con él?" - sugirió su mamá con una sonrisa.
Tomás la miró con escepticismo.
"¿Hablar? ¿Y si me muerde?"
"Puede que solo necesite un amigo. Vamos, prendi una lámpara para que no esté tan oscuro, y siéntate en el borde de la cama. Yo voy a estar aquí contigo" - dijo su mamá, mientras encendía un pequeño velador.
Tomás dudó, pero decidió seguir el consejo. Una vez que la luz iluminó la habitación, se sintió un poco más seguro. Se sentó en la cama y respiró hondo.
"Está bien, monstruo, sé que estás ahí. ¡Puedo oírte!" - dijo en voz alta, sintiendo que la valentía empezaba a crecer en su interior.
Pasó un momento y no pasó nada. La habitación seguía en silencio, y el pequeño Tomás comenzó a preguntarse si tal vez su mamá tenía razón.
"¿Por qué estás asustando?" - dijo alzando la voz. "Yo también tengo miedo a veces, pero eso no significa que yo quiera lastimarte. Solo quiero dormir tranquilo. ¿Puedo conocerte?"
Justo en ese instante, sucedió algo mágico. Una luz suave, como un pequeño rayo de luna, comenzó a brillar en un rincón de la habitación. Tomás no podía creer lo que estaba viendo. Ahí, en la esquina, apareció un pequeño monstruo del tamaño de un gato. Tenía una piel azulosa cubierta de pelitos suaves y ojos grandes y amables.
"¡Hola!" - dijo el monstruo con una voz suave. "No quise asustarte. Mi nombre es Floco."
Tomás parpadeó sorprendido. "¿Floco? ¿Eres un monstruo de verdad?"
"¡Sí! Pero no soy malo. Solo me siento solo en la oscuridad, y a veces eso hace que los niños se asusten. Yo solo busco un amigo" - explicó Floco.
Tomás sintió que su miedo empezaba a desvanecerse.
"¿Por qué no enciendes la luz?" - preguntó el niño.
"No sé cómo, pero me gusta la sombra. En la oscuridad puedo ver mejor las luces que salen de otras habitaciones. Por eso cree que soy un monstruo: no tengo luz propia. Solo soy un poco diferente" - dijo Floco con tristeza.
Tomás, viendo la tristeza en su rostro, decidió que quería ayudar.
"¿Y si tratamos de jugar juntos? Podríamos buscar una manera de conseguir una luz que te haga sentir más cómodo" - propuso Tomás.
"¿De verdad harías eso por mí?" - preguntó Floco, iluminando su rostro con una sonrisa.
"Claro. Todos necesitamos amigos, incluso si somos un poco diferentes. Depois de todo, los monstruos también tienen sentimientos" - respondió Tomás mientras saltaba de la cama.
Floco se animó y juntos decidieron buscar en la habitación. Encontraron una linterna que Tomás había olvidado. El pequeño monstruo enfocó la luz sobre su piel azul y empezó a brillar suavemente.
"¡Mirá! ¡Ahora soy un monstruo luminoso!" - exclamó Floco, saltando de alegría.
Tomás rió. "A partir de ahora, cada vez que te sientas triste o solo, recuerda que puedes encender la luz de tu corazón. Los amigos siempre iluminan el camino" - dijo Tomás.
Esa noche, Tomás y Floco pasaron horas charlando y compartiendo historias. Nunca volvió a tener miedo de la oscuridad, porque había aprendido que todos los seres, incluso los monstruos, quieren ser comprendidos y aceptados. Con el tiempo, Floco se convirtió en el mejor amigo de Tomás, acompañándolo en muchas aventuras.
Y así, Tomás descubrió que a veces, lo que más nos asusta puede ser la puerta a una gran amistad. Desde entonces, nunca volvió a temer la oscuridad, porque sabía que su amigo Floco siempre estaría a su lado para iluminar el camino.
FIN.