El Monstruo de las Emociones



En un pequeño pueblo llamado Sonrisas, donde todos siempre sonreían, vivía un monstruo muy especial llamado Emo. Emo no era un monstruo cualquiera; él era un monstruo de las emociones. Tenía el cuerpo de un lindo peluche, pero sus colores cambiaban según cómo se sentía. A veces era azul como el cielo cuando estaba triste, otras veces rojo como un tomate cuando se enojaba, o amarillo como el sol cuando estaba feliz.

Un buen día, mientras Emo paseaba por el bosque, escuchó a unos niños jugar. Sin embargo, notó que algo no andaba bien. Maru, la más pequeña del grupo, se veía confundida y se mantenía alejada. Emo decidió acercarse.

"Hola, ¿por qué no juegas con tus amigos?" - le preguntó emocionado.

"No sé... no me siento bien hoy. No sé cómo jugar" - respondió Maru con voz bajita.

"A veces los sentimientos son complicados, pero eso está bien. ¿Por qué no me cuentas cómo te sentís?" - le sugirió Emo.

Maru miró a Emo, intrigada por su pregunta.

"Es que tengo miedo de que mis amigos se enojen conmigo si no juego bien" - confesó ella, un poco más animada.

Emo cambió de color a un suave azul.

"Es natural sentir miedo. ¡A mí también me pasa! Pero recuerdas lo que hacemos cuando sentimos cosas difíciles, ¿verdad?" - dijo Emo animándola.

"¿A qué te referís?" - preguntó Maru curiosa.

"¡A hablar de ello! ¡Vamos!" - exclamó Emo, y juntos se acercaron a los otros niños.

"Chicos, Maru no se siente bien y tiene miedo de jugar. ¿Les gustaría ayudarla?" - dijo Emo.

Los demás niños miraron a Maru.

"No te preocupes, Maru. Todos nos sentimos inseguros a veces. ¡Te podemos enseñar a jugar!" - dijeron.

Así, el grupo de amigos rodeó a Maru. Ella sonrió y empezó a sentirse un poco mejor.

"¡Gracias, chicos!" - exclamó con alegría. Emo se iluminó de color amarillo, sintiendo que había hecho algo bueno.

No obstante, al día siguiente, Emo tuvo un mal día. Se podía ver que estaba enojado porque no encontraba sus colores favoritos, que siempre se escondían en el bosque. Decidió que iría a buscar ayuda.

Reunió a los niños nuevamente y les explicó su problema.

"Chicos, estoy muy enojado y esto me pone muy triste. Mis colores no están por ninguna parte, y me siento perdido".

"Emo, no te preocupes. ¡Vamos todos a buscar tus colores!" - dijeron los niños al unísono.

Todo el grupo se adentró en el bosque. Pasaron un buen rato buscando, pero no encontraban nada.

"Quizás deberías dejar salir tu enojo, Emo. A veces gritar ayuda" - sugirió uno de los niños. Emo asintió, y de repente gritó con todas sus fuerzas.

"¡Grrrrrr! ¡¿Dónde están mis colores? !"

Los niños soltaron carcajadas, pero Emo se sintió mucho más aliviado. Continuaron buscando, y finalmente, al dar la vuelta a un arbusto, descubrieron un arcoíris de colores brillantes.

"¡Los encontramos!" - gritaron los niños emocionados. Emo saltó de alegría mirando sus colores regresar.

"¡Sí! ¡Mis colores! Ya entiendo, a veces hay que dejar salir lo que sentimos para encontrar lo que necesitamos" - agradeció Emo.

Desde ese día, Emo y los niños aprendieron juntos sobre las emociones.

"Cualquiera puede sentir tristeza, enojo, alegría o miedo, pero compartirlo con amigos lo hace más fácil" - les decía Emo.

Las emociones, les explicaba, son como un arcoíris: a veces puede estar nublado, pero siempre hay colores hermosos detrás. Y así, el Monstruo de las Emociones se convirtió en un gran amigo del pueblo, enseñándoles la importancia de reconocer y expresar sus sentimientos.

Y juntos, vivieron felices disfrutando de cada emoción que la vida les traía.

FIN.

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