El Monstruo Pototo y su Gran Amistad



Era una vez en un pequeño pueblo llamado Risaville, donde los niños pasaban horas jugando en el parque, riendo y disfrutando de su niñez. Sin embargo, en un rincón del pueblo, vivía una criatura peculiar conocida como el Monstruo Pototo. Este monstruo no era como los que se ven en las películas; pototo tenía un cuerpo regordete, pelaje de color verde brillante y ojos enormes y amarillos que brillaban en la oscuridad. A pesar de su apariencia, Pototo era un ser solitario que sólo quería tener amigos.

Un día, mientras todos los chicos jugaban a la pelota en el parque, Pototo, escondido detrás de un árbol, los observaba y soñaba con ser parte de su diversión:

"Si tan solo pudieran verme como un amigo..." murmuró Pototo, suspirando.

Pero los niños solo veían su imagen aterradora y se asustaban. Sin embargo, un niño llamado Lucas, que tenía un corazón valiente, decidió acercarse un poquito más.

"Hola, ¿quién sos?" preguntó Lucas, mirando con curiosidad al monstruo.

"Soy Pototo, el monstruo que vive en el bosque. Solo quiero un amigo..." respondió Pototo con voz temblorosa.

Los otros chicos, al escuchar a Pototo, gritaron:

"¡Ay no! ¡Es un monstruo! ¡Corran!" y comenzaron a alejarse.

But Lucas, que era muy diferente, no se dejó llevar por el miedo.

"Esperen, no hay por qué asustarse. Tal vez Pototo solo quiere jugar con nosotros. ¿Por qué no le damos una oportunidad?" propuso Lucas.

Los demás titubearon, pero finalmente decidieron escuchar a su amigo y se acercaron lentamente a Pototo.

"¿Te gustaría jugar a la pelota con nosotros?" preguntó Lucas, extendiendo su mano amigablemente.

Pototo se iluminó y, con una gran sonrisa, respondió:

"¡Sí! ¡Me encantaría jugar!" La emoción de Pototo hacía que sus ojos brillaran como estrellas.

Sin embargo, cuando se unió al juego, su enorme tamaño y torpeza hacían que la pelota volara en direcciones inesperadas, causando risas y gritos, pero también desconcierto entre los chicos:

"¡Cuidado, Pototo! ¡No le pegues así a la pelota!" gritó una niña llamada Sofía mientras corría tras la pelota que había volado lejos.

Al principio, los niños pensaron que Pototo arruinaría el juego, pero pronto se dieron cuenta de que su forma de jugar era única:

"¿Podríamos hacer un juego diferente?" sugirió Lucas. "Podríamos correr a atrapar a Pototo, ¡él puede ser nuestro monstruo divertido!"

Así, los chicos comenzaron a reír y correr, haciendo de Pototo su nuevo compañero de juegos. Se olvidaron de sus miedos y empezaron a disfrutar de su amistad.

Sin embargo, cuando Pototo quiso demostrar que era ágil, accidentalmente tropezó y quedó rodando por el parque, lanzando risas y gritos entre los niños. Pero al levantarse, se sintió triste. La risa de los otros resonó en su cabeza, pero él temía no ser lo que ellos esperaban:

"Tal vez no soy un buen amigo..." dijo, mirando hacia el suelo.

Los niños, al ver su tristeza, se acercaron rápidamente:

"¡No, Pototo! ¡Nos divertimos muchísimo!" exclamó Sofía. "Ser diferente es lo que te hace especial. ¡Así que no te preocupes!"

Eso calentó el corazón de Pototo, y con una gran sonrisa, añadió:

"¿Puedo jugar con ustedes siempre?"

"¡Claro! ¡Siempre serás bienvenido!" dijo Lucas.

Desde ese día, Pototo nunca se sintió solo. Juntos jugaron, aprendieron unos de otros y compartieron risas en Risaville. Pototo se dio cuenta de que lo importante no era ser como los demás, sino ser uno mismo y encontrar amigos que lo aceptaran tal cual era.

Y así, la amistad floreció en el pueblo, con Pototo siendo el monstruo más querido de todos. Y los niños aprendieron que la verdadera amistad no conoce de diferencias, y que vale la pena dar una oportunidad a quienes parecen distintos a nosotros.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

FIN.

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