El monumento de Milagros

Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, un perro llamado Douglas. Era un pastor alemán muy inteligente y le encantaba jugar con los niños del vecindario.

Un día, mientras estaba jugando en el parque, conoció a una perrita llamada Milagros. Desde ese momento, Douglas y Milagros se convirtieron en amigos inseparables. Pasaban todo el día jugando juntos y explorando el mundo que los rodeaba.

Pero lo que comenzó como una simple amistad pronto se convirtió en algo más. "Milagros, ¿quieres ser mi novia?" -preguntó Douglas tímidamente. "¡Por supuesto!" -respondió Milagros emocionada. La pareja de perros comenzó a salir juntos todos los días y disfrutaban cada momento juntos.

Paseaban por las calles del pueblo, corrían por los campos cercanos y se acurrucaban bajo las estrellas por la noche. Pero un día triste llegó cuando Douglas enfermó gravemente.

A pesar de todos los esfuerzos para salvarlo, su salud empeoró rápidamente y falleció poco después. Milagros estaba inconsolable sin su amado compañero al lado. Se negaba a comer o jugar con otros perros.

Pero entonces recordó todas las aventuras que ella había compartido con Douglas y decidió honrar su memoria haciendo algo especial para él. Así que construyó un monumento en honor a su amor perdido: una gran escultura de madera tallada de la cabeza de Douglas colocada sobre una piedra grande en el parque donde ellos solían jugar juntos.

Y allí se quedaba sentada junto a él todos los días, recordando todas las cosas maravillosas que habían compartido.

La gente del pueblo se conmovió por la historia de amor entre Douglas y Milagros y comenzaron a visitar el monumento regularmente. Y aunque Douglas ya no estaba allí físicamente, su espíritu vivía en el corazón de Milagros y en la comunidad que había sido testigo de su amor.

Milagros aprendió una valiosa lección: que incluso cuando alguien se va, siempre podemos mantener vivo su recuerdo haciendo algo especial para ellos. Y así honró a Douglas por siempre.