El mote mágico



de cosecha en los campos. La minga era una tradición en la que todos los miembros de la comunidad se unían para ayudarse mutuamente en las tareas agrícolas, como sembrar y cosechar.

En uno de esos días de minga, en el pequeño pueblo de Quintana, vivía una niña llamada Ana. Ella siempre estaba ansiosa por participar en las mingas junto a su familia y amigos.

Le encantaba sentir el trabajo duro y la solidaridad que se vivía en esas jornadas. Un día, mientras todos estaban ocupados trabajando en el campo, Ana decidió explorar un poco más lejos. Caminó por senderos desconocidos hasta llegar a un claro rodeado de árboles frondosos.

Allí encontró a una anciana sentada bajo la sombra de un sauce llorón. La anciana tenía barba blanca y arrugas profundas que mostraban sabiduría y experiencia. Ana se acercó tímidamente y saludó: "Hola, ¿cómo te llamas?".

La anciana sonrió dulcemente y respondió: "Soy Rosa". Ana notó que Rosa estaba comiendo algo delicioso que nunca había visto antes. Era una especie de sopa amarilla con granos blancos flotando dentro. Intrigada, preguntó: "¿Qué estás comiendo?".

Rosa le explicó que aquel plato se llamaba mote y era muy popular durante las mingas antiguas. Le contó cómo se preparaba con maíz pelado y cocido lentamente hasta obtener esa consistencia cremosa.

Ana quedó fascinada con la historia del mote y le pidió a Rosa si podía enseñarle a hacerlo. Rosa aceptó encantada y juntas regresaron al pueblo. Esa noche, Ana invitó a su familia y amigos a una reunión especial en su casa.

Aprendieron de Rosa cómo preparar el mote siguiendo los pasos tradicionales. Todos se involucraron, pelando el maíz y cocinándolo con amor. Mientras esperaban a que la sopa estuviera lista, Ana les contó sobre su encuentro con Rosa y cómo había descubierto esta deliciosa comida tradicional.

Todos escuchaban atentamente, emocionados por probar algo nuevo. Finalmente, llegó el momento de servir el mote. Los platos fueron llenados con la cremosa sopa amarilla y todos le dieron un sorbo cauteloso.

Sus rostros se iluminaron al descubrir su sabor único y reconfortante. La reunión fue un éxito total. Las risas resonaron en cada rincón mientras compartían historias y saboreaban cada cucharada de mote.

Ana estaba radiante de felicidad al ver cómo su descubrimiento había unido aún más a su comunidad. A partir de ese día, el mote se convirtió en una tradición en Quintana durante las mingas anuales.

Cada vez que se realizaba una minga, todos sabían que habría una gran olla de mote esperándolos al final del día. El plato no solo alimentaba sus cuerpos cansados después del trabajo duro, sino que también fortalecía los lazos entre vecinos y recordaba la importancia de ayudarse mutuamente.

Y así fue como Ana, gracias a su curiosidad e interés por conocer nuevas cosas, logró rescatar una tradición olvidada y transformó el mote en un símbolo de unidad y comunidad en su querido pueblo de Quintana.

FIN.

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