El Moustro Come Galletas y los Perros Valientes



Había una vez en un pintoresco pueblito llamado Galletolandia, un peculiar moustro llamado Crumbel. Crumbel no era un moustro común. Tenía un cuerpo animal y verdoso, ojos grandes como platos y siempre estaba en busca de deliciosas galletas. Sin embargo, su mayor tesoro no eran las galletas, sino su gran corazón.

Un día, mientras Crumbel merodeaba por el parque en busca de su botín favorito, escuchó unos ladridos desesperados. Corriendo hacia el sonido, vio a un grupo de perros atrapados entre los arbustos, mientras una mujer malvada los miraba desde la sombra de un árbol. La mujer, conocida por todos como Doña Sombra, estaba tratando de llevarse a los pobres perritos.

"¡Ayuda! ¡Estamos atrapados!" - ladró Max, el perro más valiente del grupo.

"No te preocupes, amigo, ¡yo los salvaré!" - gritó Crumbel, frunciendo el ceño y sacudiendo su panzón de mousse.

Sin pensarlo dos veces, Crumbel se lanzó hacia Doña Sombra.

"¡Alto ahí! ¡No te atrevas a molestar a estos perritos!" - exclamó con su voz profunda y resonante.

Doña Sombra se sorprendió, pero rápidamente recuperó su compostura.

"¿Y quién te crees, monstruo galletoso? No puedes hacerme nada!" - la mujer rió en voz alta, tratando de asustar a Crumbel.

A pesar de su gran tamaño y su apariencia un tanto espantosa, Crumbel no se dejó intimidar.

"Soy Crumbel, el moustro come galletas. Y no dejaré que te lleves a los perros!" - dijo con determinación.

Entonces, Doña Sombra decidió usar su magia para transformar a Crumbel en un pequeño ratón.

"¡Buaaa!" - gritó Crumbel mientras se achicaba, viendo su gran cuerpo transformarse en uno diminuto. Pero en lugar de rendirse, decidió usar su ingenio.

Mientras Doña Sombra se concentraba en sus encantamientos, Crumbel se deslizó ágilmente entre sus pies y siguió hacia los perros.

"Max, tengo un plan!" - susurró Crumbel, aún como ratón.

"¿Qué haremos?" - preguntó Max con los ojos muy abiertos.

"Voy a hacer que Doña Sombra se distraiga mientras ustedes se liberan de las ramas. ¡Hay que afilar esos colmillos!" - respondió Crumbel, convencido de que el ingenio encontraría una salida.

Crumbel empezó a correr en círculos alrededor de Doña Sombra, haciéndose el ratón torpe.

"¡Atrapa a ese ratón!" - gritó Doña Sombra, furiosa.

Mientras todos la miraban, Crumbel se detuvo de repente y le guiñó un ojo a Max, que comprendió el mensaje. Al unísono, los perritos empezaron a morder las ramas que los mantenían atrapados. Una tras otra, las ramas se rompieron y los perritos salieron libres.

"¡Ahora, a ayudar a Crumbel!" - ladró Max, entre ladridos y saltos.

Los valientes perros rodearon a Doña Sombra justo cuando Crumbel hizo un salto y, ¡sorpresa! , volvió a su tamaño original justo frente a ella.

"¿Qué? ¡No es posible!" - exclamó Doña Sombra, retrocediendo espantada.

Crumbel se puso firme, temblando de valentía.

"Tu magia no puede vencer la amistad. Y nunca más deberías lastimar a los animales" - dijo con firmeza. Doña Sombra se dio cuenta de que los perritos estaban ahora unidos con Crumbel y decidida a no ser vencida, lanzó su último hechizo.

Pero en vez de algo oscuro, algo sorprendente sucedió. En el aire surgió un torrente de galletas de chocolate que venció a Doña Sombra, llenando su corazón de alegría y dulzura.

Al instante, su rostro se iluminó y cambió su actitud.

"¡Oh, no! ¿Qué he hecho? Siempre quise ser feliz y envidiaba a los animales que jugaban en el parque" - explicó, comenzando a llorar.

Crumbel se acercó a ella.

"Tal vez puedas cambiar, hay lugar para la amistad y la alegría. ¿Por qué no vienes a acompañarnos?" - le ofreció con una sonrisa acogedora.

Después de un momento de duda, Doña Sombra asintió.

"Sí, me gustaría intentarlo. Solo quiero disfrutar de las galletas y jugar con los animales" - dijo arrepentida.

Desde ese día, Doña Sombra se convirtió en una gran amiga para todos y, con la ayuda de Crumbel y los perros, aprendió que el amor y la amistad eran más dulces que cualquier galleta. Juntos recorrieron cada rincón de Galletolandia haciendo felices a los demás, porque comprendieron que incluso los que parecen ser malos pueden cambiar con un poco de amor y amistad.

Y así, Crumbel se ganó un lugar no solo en el corazón de los perritos, sino también en el de Doña Sombra, donde siempre había habido un anhelo de felicidad. En Galletolandia, todos aprendieron que cada uno tiene el poder de hacer cosas buenas y que la amistad, como las galletas, es mejor cuando se comparte.

Fin.

FIN.

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