El mundo colorido de Sofía



Sofía era una niña de ocho años que vivía en un barrio tranquilo, lleno de árboles y amigos. Siempre llevaba una mochila gigante, llena de colores y dibujos, porque le encantaba crear. Sin embargo, a veces tenía dificultades para concentrarse y seguir el ritmo de la escuela, lo que hacía que se sintiera diferente a sus compañeros.

Un soleado lunes, en la escuela, la profesora, la señorita Clara, había prometido un día especial de arte. Sofía estaba emocionada.

"Hoy vamos a pintar un mural para hacer de nuestra escuela un lugar más bonito", dijo la señorita Clara.

Sofía sonrió y se preparó para comenzar. Sin embargo, al poco tiempo, se distrajo con el ruido de los pájaros que cantaban afuera de la ventana.

"¡Sofía! ¿Por qué no estás pintando?", preguntó su compañera Lucía con un tono de voz un poco impaciente.

"Es que escuché a los pajaritos, son tan lindos", respondió Sofía.

La señorita Clara se le acercó.

"Sofía, tu lienzo te necesita. Concéntrate, por favor", le dijo con amabilidad.

Sofía intentó volver a pintar, pero de repente recordó que había dejado una máscara de tigre sin terminar en casa y su mente se fue volando hacia ese proyecto.

Más tarde, durante el recreo, Sofía salió a jugar con sus amigos, pero en lugar de unirse al juego de fútbol, decidió explorar el jardín.

"¿Por qué siempre haces lo que se te antoja?", le preguntó el amigo de otro niño, Tomás.

"Porque el jardín tiene flores hermosas y insectos que me fascinan", contestó Sofía con su entusiasmo, mientras miraba una mariposa amarilla revoloteando.

Sin embargo, algunos niños no la entendían.

"Eres rara", dijo uno de ellos, y Sofía sintió un pequeño pellizco en su corazón.

En su casa, Sofía subió a su habitación, donde había creado un mundo propio con pinturas, cuentos y criaturas fantásticas. Se dijo a sí misma que lo diferente no era malo, solo especial.

Un día, su madre le contó sobre un concurso de arte que se estaba llevando a cabo en la ciudad.

"Podés participar, Sofía. Estoy segura de que harías algo increíble", le dijo su madre con entusiasmo.

Sofía se animó y comenzó a trabajar en su proyecto, una pintura de un bosque lleno de colores y criaturas imaginarias. Quiso capturar la belleza del mundo que a menudo solo ella podía ver.

Los días pasaron y Sofía se esforzaba por concentrarse, a veces con éxito y otras veces, no tanto. Pero cada vez que se distraía, ¡una nueva idea surgía en su mente!

Finalmente, el día del concurso llegó.

En el centro cultural, había muchas pinturas colgadas en las paredes, y los rostros de los niños que las habían creado estaban llenos de nervios y emoción. Cuando llegó el momento de presentar su obra, Sofía subió al escenario con un poco de miedo, pero también con una gran sonrisa.

"Hice un bosque mágico porque a veces, el mundo real puede ser complicado, pero con imaginación, todo puede ser diferente", dijo Sofía ante una sala llena de gente.

La audiencia la miraba embelesada, y al terminar de hablar, recibió un fuerte aplauso.

Las críticas fueron muy positivas y varios fueron los niños que se acercaron para hablar con ella.

"Me encantó tu pintura, me hizo pensar en cosas bonitas, como los sueños que tenemos", dijo una niña de su clase.

Sofía sintió que su corazón se llenaba de alegría al escuchar eso. Había logrado hacer que otros vieran el mundo desde su perspectiva.

Con el tiempo, Sofía entendió que todos somos diferentes y que cada uno tiene su propia forma de ver la vida.

"La próxima vez, intentaré compartir mi mundo aún más", pensó en voz alta mientras miraba su pintura colgada orgullosa.

Y así, se fue abriendo espacio en su comunidad, no solo como la niña diferente, sino como la niña creativa que trajo colores a la vida de otros, inspirando a todos a abrazar su propia singularidad.

El camino no siempre sería fácil, pero ella sabía que con cada paso, sus amigos aprenderían a ver la magia que vivía dentro de cada persona, y eso, para Sofía, hacía que todo valiera la pena.

FIN.

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