El mundo de Ema



En un pequeño pueblo rodeado de árboles y colinas verdes vivía Ema, una niña curiosa y llena de energía. Tenía ojos grandes como luceros y una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor.

Aunque era muy inteligente y creativa, Ema se daba cuenta de que a veces no entendía las cosas de la misma manera que los demás niños.

Un día, mientras jugaba en el parque con sus amigos, notó que ellos se comunicaban de forma diferente a como lo hacía ella. Se sentía confundida y un poco triste al no poder expresar todo lo que pensaba y sentía. Fue entonces cuando decidió hablar con su mamá sobre lo que estaba pasando.

- Mamá, ¿por qué siento que soy diferente a los demás niños? -preguntó Ema con voz preocupada. - Mi amor, cada persona es única y especial a su manera -respondió su mamá con ternura-. Tú eres maravillosa tal como eres, nunca olvides eso.

Ema reflexionó sobre las palabras de su mamá y decidió investigar más sobre lo que significaba ser diferente.

Descubrió que tenía autismo, una condición que hacía que su cerebro funcionara de manera distinta, pero esto no significaba que fuera menos capaz o talentosa. Decidida a encontrar la forma de compartir sus pensamientos e ideas con los demás, Ema comenzó a explorar nuevas maneras de comunicarse.

Aprendió el lenguaje de señas para poder comunicarse con su amiga Clara, quien también había aprendido por diversión. Juntas inventaron un código secreto de luces para jugar por las noches en sus habitaciones.

Un día, durante una clase de arte en la escuela, la maestra propuso hacer un mural colectivo donde cada niño pudiera expresar sus emociones libremente. Ema tomó pinceles y pinturas de colores brillantes y comenzó a plasmar en el lienzo todo lo que llevaba dentro: sus alegrías, miedos e ilusiones.

Al terminar el mural, todos quedaron asombrados por la belleza y profundidad de los sentimientos expresados por Ema. Sus compañeros comprendieron entonces que ser diferente no era algo malo; al contrario, era lo que hacía a cada uno único e irrepetible.

Desde ese día, Ema se sintió más segura de sí misma y orgullosa de ser quien era. Compartir sus pensamientos a través del arte le permitió conectar con los demás de una manera especial y verdadera.

Ya no se sentía sola ni incomprendida; sabía que siempre habría alguien dispuesto a escucharla y valorarla tal como era. Y así fue como Ema descubrió que tener autismo no definía quién era ella como persona; simplemente añadía un toque único a su maravillosa personalidad.

Con valentía y determinación, siguió adelante enfrentando cada desafío con creatividad e ingenio, inspirando a todos los que tuvieron la dicha de conocerla.

FIN.

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