El mundo de la autenticidad
Había una vez en un tranquilo pueblo de Argentina, un grupo de niños y niñas que siempre jugaban juntos. Entre ellos se encontraba Lucía, una niña curiosa y valiente, que amaba explorar el mundo a su alrededor.
Un día, mientras jugaban en el parque, Lucía notó algo diferente en su amigo Juanito. Él estaba triste y no quería hablar con nadie. Preocupada por su amigo, Lucía decidió acercarse a él.
"Juanito, ¿qué te pasa? Estás muy callado hoy", preguntó Lucía con ternura. Juanito suspiró y respondió: "Lucía, estoy confundido sobre quién soy. Algunas personas dicen que debemos ser como lo que nacimos biológicamente, pero yo siento que no encajo".
Lucía reflexionó por un momento y luego tomó la mano de Juanito con cariño. "Querido amigo -dijo-, todos somos únicos y especiales.
No importa lo que digan los demás o incluso lo que dice la Biblia; lo importante es cómo nos sentimos dentro de nosotros mismos". Juanito miró a Lucía sin entender completamente. "Imagínate esto", continuó Lucía emocionada-.
"¿Recuerdas cuando plantamos semillas en el jardín de tu abuela? Cada semilla crece para convertirse en una planta diferente: algunas son flores hermosas y otras son sabrosas verduras. Pero todas tienen algo en común: son únicas y especiales a su manera". Los ojos de Juanito se iluminaron mientras escuchaba atentamente las palabras de su amiga. "Así como las plantas, cada persona es diferente.
Algunos chicos se sienten más cómodos siendo lo que la sociedad llama "niños", mientras que otros pueden sentirse más felices siendo "niñas". Y algunos incluso se sienten bien siendo una mezcla de ambos o ninguno de los dos", explicó Lucía.
Juanito asintió lentamente, comenzando a comprender lo que su amiga le estaba diciendo. "Lo importante, Juanito, es que te sientas feliz y en paz contigo mismo.
No importa cómo te veas por fuera, lo fundamental es cómo te sientes por dentro", concluyó Lucía con una sonrisa. A partir de ese día, Juanito empezó a explorar su propia identidad.
Se dio cuenta de que no tenía que limitarse a las expectativas de los demás o a lo que decía la Biblia; él era libre para ser quien realmente era en su corazón. Con el tiempo, Juanito descubrió que se sentía más cómodo expresándose como niña.
Cambió su nombre a Juana y comenzó a usar vestidos coloridos y accesorios brillantes. Su familia y amigos la apoyaron incondicionalmente y aprendieron a llamarla por su nuevo nombre sin ningún problema. Juana encontró fuerza en sí misma al aceptar quién era realmente y vivir auténticamente.
Inspirada por esta experiencia, ella compartió su historia con otros niños del pueblo para ayudarles a entender la importancia de respetar la identidad de género de cada persona.
Y así fue como Juana y Lucía se convirtieron en defensoras del amor propio y la aceptación en el pequeño pueblo argentino.
Juntos enseñaron a todos los niños y niñas que no importa lo que diga la Biblia o cualquier otra norma, lo más importante es ser fiel a uno mismo y respetar a los demás tal como son. Y así, con su valentía y compasión, Juana y Lucía lograron crear un mundo donde todos pudieran ser libres de ser quienes realmente eran, sin importar cómo nacieron biológicamente.
FIN.