El Mundo de los Sueños



Érase una vez en un pequeño pueblo llamado Valledor, donde todos los niños tenían un sueño especial al que llamaban ‘el Mundo de los Sueños’. Cada vez que cerraban los ojos, podían viajar a lugares mágicos y conocer seres extraordinarios. Un día, una niña llamada Sofía decidió descubrir qué había más allá de esos sueños.

Sofía era una niña curiosa y llena de energía. Siempre se preguntaba cómo sería si pudiera hacer un viaje por el Mundo de los Sueños mientras estaba despierta. Un día, reunió a sus amigos: Tomás, un valiente explorador; Ana, una talentosa pintora; y Lucas, un gran contador de historias.

"¿Y si hacemos un mapa del Mundo de los Sueños?", propuso Sofía entusiasmada.

"¡Sí! Así no nos perderemos", respondió Tomás, nervioso por la aventura.

"Podemos dibujar lo que vamos encontrando", sugirió Ana, ya pensando en los colores que usaría.

"Y yo les contaré las historias que encontraremos", añadió Lucas con una sonrisa.

Los cuatro amigos se prepararon con lápices, una gran hoja de papel y, sobre todo, con mucha imaginación. Pero había algo especial que debían hacer: unirse en un círculo y decir en voz alta lo que deseaban encontrar.

"Deseo conocer el Árbol de las Frutas Mágicas", dijo Sofía.

"Yo quiero ver el Mar de Nubes", exclamó Tomás.

"Quiero pintar la Flor de los Colores", añadió Ana.

"Y yo deseo escuchar La Canción del Viento", finalizó Lucas.

De repente, los cerraron los ojos y, cuando los abrieron, ¡estaban en el adorado Mundo de los Sueños! Fue un lugar increíble, lleno de luces brillantes y olores deliciosos. El cielo era de color lavanda y había criaturas fabulosas por todas partes.

"Miren, ¡allá está el Árbol de las Frutas Mágicas!", gritó Sofía, señalando un árbol gigante que lucía frutas de todos los colores.

Los amigos se acercaron y probaron cada fruta. Mientras comían, comenzaron a sentir fuerzas especiales; cada bocado les daba un talento nuevo. Sofía comenzó a hablar con los animales, Tomás podía volar, Ana pintaba cuadros que se movían y Lucas narraba historias que cobraban vida.

"¡Esto es increíble!", exclamó Sofía. Pero, mientras disfrutaban, algo extraño sucedió: comenzaron a perder el rumbo. El lugar era tan hermoso y lleno de diversión que se olvidaron de hacer su mapa.

"¡Chicos! , ¿dónde estamos?", preguntó Lucas al mirar a su alrededor.

"No sé, pero debemos dibujar un mapa para volver a casa", respondió Ana preocupada.

Decidieron volver al árbol y allí conocieron a un anciano sabio que se presentó como El Guardián de los Sueños.

"¿Buscan regresar a casa, pequeños viajantes?", preguntó el anciano, con una voz profunda pero amable.

"Sí, nos perdimos porque nos olvidamos de hacer el mapa", confesó Tomás.

El Guardián sonrió y les dijo:

"Los sueños son maravillosos, pero también es importante recordar el camino de vuelta. Siempre que sueñen, también deben crear su propio mapa. Recuerden, la aventura es hermosa, pero el hogar es donde está su corazón".

Con su consejo, los amigos decidieron hacer una búsqueda para encontrar todos los lugares que habían soñado. Usaron su creatividad y comenzaron a dibujar un mapa único, cada uno contribuyendo con lo que había encontrado en su camino.

"Miren, ¡esto es el Mar de Nubes!", gritó Tomás.

"Y aquí están los colores de la flor que pinté", sonrió Ana.

Finalmente, lograron llegar a un camino que los llevó de regreso al lugar donde habían comenzado. Con el corazón lleno de recuerdos maravillosos, despertaron en el pueblo de Valledor, emocionados y sabiendo que habían aprendido algo muy valioso.

"Desde hoy, siempre haré mi mapa de sueños", prometió Sofía.

"¡Y yo contaré cada historia que viva!", añadió Lucas.

"Yo pintaré lo que mis ojos vean", concluyó Ana, mirando al cielo.

"Y yo siempre llevaré mi valentía para aventurarme", remató Tomás.

Así, los cuatro amigos se hicieron un pacto: cada vez que soñaran, harían un mapa. Pero también, cuando estuvieran despiertos, continuarían explorando sus talentos y ayudándose unos a otros, porque eso era lo más importante: llevar al Mundo de los Sueños en su corazón.

Y así, en el pueblo de Valledor, los sueños no solo se quedaban en la noche, sino que también adornaban el día a día, llenándolos de magia, amistad y aprendizajes. ¡Fin!

FIN.

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