El Mundo del Arcoíris



Un día, en un pequeño pueblo, un niño llamado Lucas y una niña llamada Valentina estaban jugando en el campo. De repente, un destello brillante llamó su atención. Al acercarse, se dieron cuenta de que era una pirámide luminosa que emanaba colores que nunca habían visto. Justo en frente de la pirámide, había un arcoíris que parecía comenzar en su cima y extendiéndose hacia el horizonte.

"¡Mirá eso!" - exclamó Lucas, con los ojos desorbitados de asombro.

"¡Es hermoso!" - respondió Valentina, tocándose el rostro como si fuera a frotar cualquier rastro de realidad que quedara en ella.

Decididos a seguir el arcoíris, los niños encontraron una puerta secreta al pie de la pirámide. Era de cristal brillante y al abrirla, una luz cálida los envolvió. Al cruzar la puerta, se encontraron en un mundo totalmente diferente.

El cielo estaba pintado de un azul profundo, los árboles eran de un verde vibrante, y las flores danzaban con colores que no existían en su realidad. Todo parecía flotante y suave, como si estuvieran en un sueño.

"¿Qué lugar es este?" - preguntó Valentina, fascinada.

"No sé, pero es mágico. ¡Quiero quedarme para siempre!" - contestó Lucas, mientras corría tras unas mariposas de mil colores.

En este mundo extraordinario, Lucas y Valentina descubrieron que no había problemas, ni tristezas, ni peleas. Cada rincón estaba lleno de risas y amor. Hicieron amigos en un instante: un conejo que hablaba, un pez que podía volar y una tortuga que hacía piruetas en el aire.

"¡Esto es fantástico!" - gritó Lucas.

"Nunca quiero que esto termine!" - se unió Valentina.

Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, empezaron a notar algo extraño. Los colores, aunque hermosos, parecían ir desvaneciéndose poco a poco. Los animales se volvían cada vez más serios, y las risas parecían sonar lejanas.

"¿Por qué se están apagando los colores?" - preguntó Valentina, preocupada.

"No sé, pero no me gusta. Tal vez deberíamos hacer algo para ayudar" - sugirió Lucas.

Decidieron investigar por qué la felicidad parecía desvanecerse. Al principio, pensaron en simplemente disfrutar del momento, pero pronto se dieron cuenta de que lo más bello de este nuevo mundo era que la alegría se compartía.

"Si ayudamos a otros a disfrutar de esto, tal vez el color vuelva" - argumentó Valentina.

"¡Sí! Podemos organizar una gran fiesta!" - respondió Lucas, entusiasmado.

Los niños invitaron a todos sus nuevos amigos. Prepararon comida colorida, decoraron con flores de mil tonos y organizaron juegos. Todos se unieron para compartir sus risas y amistades.

Esa noche, mientras bailaban y jugaban, los colores empezaron a intensificarse. El cielo brillaba más, las flores vibraban hermosamente y el río chisporroteaba en tonos arrebatadores.

"¡Lo logramos!" - gritó Valentina, brincando de felicidad.

"Sí, la alegría se multiplica al compartirla!" - sonrió Lucas.

Justo cuando pensaban que todo estaba perfecto, la puerta secreta de la pirámide emitió un suave destello.

"Lamentablemente, creo que tenemos que regresar a casa" - dijo Valentina, sintiendo un apretón en su corazón.

"Sí... pero no quiero dejar todo esto atrás" - respondió Lucas, mirando con nostalgia el hermoso paisaje.

"Entiendo. Pero sabemos que siempre recordaremos la alegría de este lugar. Y podemos llevar esa felicidad a nuestro mundo.¡Podemos crear color en cualquier lugar!" - dijo Valentina.

Aunque la tristeza los embargaba, decidieron no aferrarse a lo que tenían, sino a lo que habían aprendido: que la verdadera felicidad se encuentra en compartir y ayudar a los demás.

Regresaron a través de la puerta, y cuando la cruzaron, llevaban en sus corazones un arcoíris de colores, sabiendo que podían hacer su realidad tan maravillosa como la que habían descubierto.

Desde entonces, Lucas y Valentina se dedicaron a colorir su mundo con buenas acciones, risas y amistad, construyendo su propio mundo de alegría y compartiéndolo con todos.

Y así, cada vez que miraban el cielo y veían un arcoíris, recordaban que la verdadera magia está en compartir la felicidad.

FIN.

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