El Mundo en Blanco y Negro



Había una vez una niña llamada Lila que vivía en un pequeño pueblo rodeado de colinas y flores de todos los colores que uno pudiera imaginar. Pero un día, Lila se sintió muy triste porque su papá se había ido para siempre. Desde ese momento, comenzó a ver el mundo de una manera diferente.

Ya no pudo ver los colores vibrantes de las flores, ni el azul brillante del cielo. Todo se tornó en blanco y negro, y Lila se sentía sola en un mundo gris.

Un día, mientras caminaba por el parque, su amiga Sofía, que siempre sabía cómo alegrarle el día, se acercó corriendo.

"¡Lila! ¿Por qué estás tan triste?" le preguntó la pequeña.

"No lo sé, Sofía. Todo se siente tan gris y vacío sin papá..."

"Pero, ¿has visto las flores? Son hermosas. ¡Mirá!" Sofía exclamó mientras señalaba un grupo de margaritas amarillas que danzaban al viento.

"No... no puedo. Solo veo un montón de sombras..." respondió Lila, sintiéndose aún más abatida.

Sofía pensó por un momento y luego dijo:

"¿Sabés qué? Te propongo un desafío. Vamos a buscar en el parque cosas que te hagan sonreír. Si encontramos cinco, te prometo que te invitaré a helado de chocolate. ¡Es el mejor del pueblo!"

Lila miró a Sofía con un atisbo de curiosidad.

"¿De verdad? Bueno, está bien..."

Así, las amigas comenzaron a caminar juntas. Sofía se detuvo frente a un árbol enorme.

"Mirá, Lila. ¡Este árbol tiene un nido! Tal vez ahí vivan pajaritos. ¿No te gustaría escuchar sus cantos?"

Lila suspiró, pero aún así miró hacia el árbol.

"Si, podría ser bonito..."

Continuaron caminando, y llegaron al estanque.

"¿Ves esas ranas saltando?" preguntó Sofía.

"Sí, pero sólo son sombras..."

"¡Vamos a hacer ruido!" Sofía gritó, y al hacerlo, las ranas saltaron aún más, creando un espectáculo divertido.

Lila empezó a reír, una risa pequeña y suave que rompía la calma de la tristeza.

"¡Eso fue gracioso!"

"¡Uno!" dijo Sofía, levantando un dedo.

Caminando un poco más, encontraron una piedra enorme que parecía una tortuga.

"Esa tortuga se parece a un dinosaurio. ¡Es increíble!"

Lila se rió nuevamente.

"¡Dos!"

Y así, siguieron su búsqueda por el parque. Se burlaron de las formas de las nubes, se encontraron con un viejo perro que ladraba de forma graciosa y hasta se desafiaron a hacer carreras hasta el columpio.

Cuando ya estaban por regresar a casa, Lila, con una sonrisa que brillaba como el sol, miró a su amiga.

"¿Cuántos encontramos?"

"¡Cinco!" exclamó Sofía.

"Pero... no sé si el helado va a ser tan delicioso como lo dijiste. No quiero dejar de verlo todo en blanco y negro..."

Sofía, entonces, se agachó y le dijo suavemente:

"Lila, a veces la vida puede parecer gris, pero dentro de nosotros siempre existe una chispa de luz. Y aunque extrañes mucho a tu papá, él querría que fueras feliz y que disfrutaras de cada color que el mundo tiene para ofrecer. Dale una oportunidad, ven al helado. Tal vez el chocolate sea el primero de muchos colores que vuelvan a brillar en tu vida."

Lila lo pensó por un momento.

"¿Y si no puedo ver el helado?"

"Voy a traerte un montón, y creo que podrías notar su sabor. Aunque no puedas verlo, podrías sentirlo.¿Te parece?"

Lila sonrió de nuevo y supo que ¿qué podría perder? Acceptaron el desafío y fueron a la heladería. Cuando Lila probó el helado de chocolate, sintió una explosión de sabor, como si los colores que faltaban comenzaran a volver a su corazón.

Y aunque su papá ya no estaba, Lila comprendió que los recuerdos que compartió con él también eran colores en su mundo. Así, con el tiempo y el amor de su amiga, Lila comenzó a ver todo con nuevos ojos, llenos de esperanza. Y aunque a veces el gris regresaba, siempre había una chispa de luz esperándola.

Los colores nunca se fueron, simplemente estaban esperando a que Lila decidiera volver a verlos.

FIN.

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