El mundo en sus manos



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, una niña llamada Celeste. Celeste tenía 5 años y era una niña muy alegre y curiosa.

Lo que la hacía diferente de los demás niños es que ella no podía ver, pero no lo sabía. Un día, mientras jugaba en el parque con sus amigos, escuchó a uno de ellos decir: "¡Miren ese hermoso arcoíris en el cielo!".

Celeste se quedó pensativa por un momento y luego dijo: "- ¿Qué es un arcoíris?". Sus amigos se miraron entre sí sorprendidos y le explicaron cómo eran los colores del arcoíris y cómo se veía en el cielo.

Celeste sintió curiosidad por verlo con sus propios ojos, así que decidió pedirle a su amiga Luna que la llevara al lugar donde siempre veían los arcoíris. Luna aceptó emocionada de mostrarle algo tan especial a su amiga.

Caminaron juntas hasta llegar al campo donde siempre aparecían los arcoíris. "- ¡Mira Celeste, ahí está! ¡Es tan hermoso!", exclamó Luna señalando hacia el cielo. Celeste levantó la cabeza y sonrió ampliamente.

"- ¡Wow! Es como si el sol estuviera pintando colores en el cielo", dijo emocionada. Esa experiencia despertó en Celeste una gran curiosidad por descubrir más cosas que no podía ver. Así que comenzó a preguntarle a sus amigos sobre todo lo que ellos veían y ella no.

Aprendió sobre las formas de las nubes, la belleza de las flores y la inmensidad del mar. Un día, mientras paseaba por el bosque con Luna, escucharon cantar a unos pájaros muy cerca de ellas. "- ¿Escuchas eso?", preguntó Luna emocionada.

"- Sí, suena como si estuvieran felices", respondió Celeste con una sonrisa.

Luna miró a su amiga con admiración y le dijo: "- Celeste, aunque tú no puedas ver todas estas maravillas como nosotros, tienes un don especial para percibir la belleza del mundo de otras maneras". Celeste reflexionó sobre las palabras de Luna y sintió una profunda gratitud por poder experimentar el mundo de esa forma única.

Desde ese día, Celeste siguió explorando el mundo con todos sus sentidos agudizados: escuchaba atentamente los sonidos de la naturaleza, tocaba texturas diferentes con sus manos y olfateaba los aromas del entorno.

Y así, sin ser consciente de su ceguera, Celeste aprendió a apreciar la belleza del mundo desde otro punto de vista; demostrando que cada persona tiene su propia forma especial de percibir la vida, incluso si no pueden verla con sus ojos.

Y en Villa Esperanza todos admiraban la increíble capacidad de Celeste para encontrar alegría en cada rincón del mundo.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!