El Mural de la Amistad
Era un día soleado en el parque central del pueblo de Arroyo Verde. Los niños jugaban a la pelota, las familias paseaban y las abuelas contaban historias en los bancos. Todo marchaba en armonía hasta que, al girar la esquina, un grupo de amigos se encontró con una escena desgarradora: el mural que representaba la paz y la unión entre los vecinos estaba arruinado.
- ¡No puede ser! -dijo Lía, con los ojos muy abiertos. - ¡El mural está destruido!
- ¡Esto es una locura! -exclamó Tomás, señalando las manchas de pintura roja que manchaban el mural. - ¿Quién haría algo así?
- No sé, pero tenemos que averiguarlo -respondió Leo, el más curioso del grupo. - ¡Vamos a investigar!
Los amigos se agacharon para observar las huellas que quedaban en el suelo. Eran pequeñas, casi del tamaño de una mano, y estaban hechas de pintura.
- Miren, aquí hay marcas -dijo Lía, apuntando a un rastro que se alejaba del mural. - ¿A dónde llevan?
- Vamos a seguirlas -sugirió Tomás.
Los amigos corrieron tras las huellas, que los llevaron hacia un rincón del parque donde había un grupo de niños jugando. Al acercarse, identificaron a uno de ellos. Era Simón, un chico del barrio conocido por ser un poco inquieto.
- ¡Simón! -gritaron al unísono. - Venimos a hablarte.
Simón, sorprendido, se acercó a ellos con una expresión de culpa.
- ¿Qué pasó? -preguntó, evitando mirarlos a los ojos.
- Sabemos que fuiste tú quien arruinó el mural. ¿Por qué lo hiciste? -preguntó Leo.
Simón se sonrojó y, tras un momento de silencio, respondió:
- No sé, estaba enojado porque me gritaron en casa y no supe qué hacer. Solo... solo quise pintar algo que me dejara sentir mejor.
- Pero arruinar el mural no es la solución -dijo Lía. - Ese mural representa a todos nosotros.
Simón miró al suelo, con una lágrima en sus ojos.
- Lo sé... y lo siento mucho.
Tomás, siempre el más comprensivo, se le acercó.
- En vez de castigarte, podemos ayudarte. ¿Te gustaría reparar el mural? -sugirió.
Simón levantó la vista, sorprendido.
- ¿De verdad?
- Claro, pero necesitamos que hagas parte del trabajo. Vamos a hablar con los demás para hacer una jornada de pintura. Así todos colaboramos -propuso Leo.
Así que, los cuatro chicos fueron de puerta en puerta invitando a sus vecinos.
- ¡Hola, señora Rosa! Estamos organizando una jornada de pintura para restaurar el mural del parque. ¿Podría traernos algunos pinceles?
- ¡Por supuesto! -respondió la señora, sonriendo. - Estaré ahí.
Con el apoyo de los vecinos, el día de la jornada llegó. Simón se sintió un poco nervioso al ver a todos mirándolo, pero los otros niños lo rodearon.
- No te preocupes, estamos contigo -dijo Lía. - Nos estamos uniendo nuevamente gracias a ti.
Entonces, juntos comenzaron a trabajar. Pintaron, se rieron y contaron historias mientras recuperaban el mural. Simón se dio cuenta de que el arte no solo se trataba de colores; también era una forma de unir a las personas.
Al final del día, el mural resplandecía de colores vivos, representando la paz y la unión entre los vecinos, esta vez con un nuevo toque, una mano que se extendía, mostrando que todos, incluso los que se equivocan, tienen una segunda oportunidad.
- Gracias a todos por ayudarme -dijo Simón, su voz llena de gratitud.
- Gracias a vos por mostrarnos que siempre es mejor construir juntos -respondió Tomás.
Desde entonces, cada vez que pasaban por el mural, recordaban cómo un arranque de enojo llevó no solo a un antiguo mural a ser renovado, sino también a un nuevo amigo y a un valioso aprendizaje sobre la amistad y el trabajo en equipo.
FIN.