El mural de la niña artista



- Mamá, ¿podemos ir a la tienda de arte? Quiero comprar pinturas para decorar mi habitación -dijo la niña con entusiasmo.

La mamá sonrió y asintió, sabía lo mucho que a su hija le gustaba pintar y llenar su mundo de colores. Juntas fueron a la tienda, donde la niña eligió cuidadosamente diferentes tonos de azul, amarillo y verde, sus colores favoritos. De vuelta en casa, la niña se puso manos a la obra.

Con paciencia y creatividad, pintó un hermoso paisaje en una de las paredes de su habitación. Pintó un sol radiante, árboles verdes y flores de todos los colores imaginables.

Estaba tan concentrada en su obra que el tiempo parecía detenerse a su alrededor. Al terminar, se sentó frente a su mural con una sonrisa de satisfacción. Era como si hubiera traído un pedacito del exterior al interior de su cuarto.

La mamá entró y quedó impresionada por el talento de su hija. - ¡Qué hermoso trabajo has hecho! Eres toda una artista -exclamó la mamá orgullosa. La niña abrazó a su mamá emocionada.

Había logrado plasmar en la pared lo que veía y sentía cuando salía al parque o al campo; era como tener un trocito de felicidad siempre presente en su habitación. Desde ese día, la niña pasaba horas dibujando y pintando en sus cuadernos y en nuevas paredes de su cuarto.

Cada trazo era una nueva aventura, cada color una emoción distinta. Se sentía libre y feliz expresando todo lo que llevaba dentro a través del arte. Con el tiempo, sus amigos empezaron a pedirle que les enseñara sus técnicas para dibujar y pintar.

La niña compartió con alegría sus conocimientos e inspiró a otros niños a descubrir el maravilloso mundo del arte. Así fue como aquella pequeña apasionada por los colores se convirtió en una gran artista reconocida por todos en el barrio.

Y todo comenzó con un simple deseo: llenar su vida de color y alegría.

FIN.

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