El murciélago que pensaba que solo podía caminar
Había una vez un pequeño murciélago llamado Bruno que vivía en una cueva oscura en lo profundo del bosque. A diferencia de sus amigos murciélagos, que volaban alto y se divertían en los cielos estrellados, Bruno estaba convencido de que solo podía caminar. Siempre se quedaba en el suelo, observando con envidia a sus compañeros mientras hacían acrobacias en el aire.
Una noche, mientras todos los murciélagos salían a jugar, Bruno decidió dar un paseo por el bosque. Mientras caminaba, se encontró con una ardilla.
"Hola, Bruno. ¿Por qué no vuelas con tus amigos?" - le preguntó la ardilla curiosa.
"No puedo volar, solo sé caminar" - respondió Bruno, un poco triste.
La ardilla, que había visto a Bruno en la cueva, lo miró con simpatía.
"Pero vos sos un murciélago, ¡naciste para volar!"
Bruno frunció el ceño.
"No, no. Nunca he volado. Mi mamá siempre decía que los murciélagos como yo solo caminan. Así que eso es lo que hago".
La ardilla, que no podía creer lo que escuchaba, le contó sobre un viejo búho sabio que vivía en el árbol más alto del bosque.
"Quizás él te ayude a descubrir lo que realmente puedes hacer" - sugirió la ardilla.
Bruno decidió visitar al búho. Tras un largo camino, llegó a un enorme árbol y encontró al búho.
"Buenas noches, señor búho. Me llamo Bruno y pensé que solo podía caminar. ¿Puede ayudarme?" - le dijo, un poco intimidado.
El búho, con una mirada sabia, sonrió.
"Claro que sí, Bruno. Pero primero, quiero que me cuentes qué te gustaría hacer si pudieras volar".
"Me gustaría sentir el viento en mis alas y ver el mundo desde lo alto" - confesó Bruno, emocionado.
"Entonces, escúchame bien. La única manera de descubrirlo es intentarlo. Vente, tengo un par de trucos para ti" - respondió el búho.
El búho le enseñó a Bruno cómo usar sus alas. Pidió a Bruno que se lanzara desde una pequeña colina.
Bruno temía hacerlo, pero sabía que debía intentarlo.
"¡Yo no puedo!" - gritó.
"Claro que puedes, solo confía en ti mismo" - alentó el búho.
Con un profundo suspiro y un pequeño empujón de valentía, Bruno se lanzó. En ese momento, sintió el aire levantándolo.
"¡Lo estoy haciendo!" - exclamó, sorprendido y emocionado.
Bruno empezó a aletear y, para su asombro, comenzó a elevarse.
"¡Mirá! ¡Estoy volando!" - gritó, riendo feliz.
El búho sonrió.
"Muy bien, Bruno. Ahora, disfruta de la vista y siente la libertad".
Desde entonces, Bruno ya no solo caminaba. Cada noche volaba por el bosque, explorando y jugando con sus amigos murciélagos. Se dio cuenta de que había estado limitándose solo por su propio miedo.
Una noche, cuando se reunió con sus amigos, les contó su aventura.
"Nunca imaginé que pudiera volar. ¡El búho me ayudó a descubrirlo!" - les dijo entusiasmado.
Los otros murciélagos, muy sorprendidos, le preguntaron.
"¿Cómo lo lograste?"
"Solo tenía que intentarlo y confiar en mí mismo, aunque al principio tenía miedo" - explicó Bruno.
Desde ese entonces, Bruno no solo aprendió a volar, sino que también se dio cuenta de que siempre es bueno probar cosas nuevas. Enseñó a otros murciélagos a superar sus miedos y ayudó a muchos animales del bosque a entender que, a veces, solo necesitamos dar el primer paso y creer en nosotros mismos.
Bruno se convirtió en un gran amigo del búho y cada noche lo visitaba para aprender más. Juntos, organizaron vuelos grupales donde todos los murciélagos se unían y, así, se llenaron de risas y enseñanzas.
Así, Bruno, el murciélago que pensaba que solo podía caminar, se transformó en el murciélago más feliz del bosque, recordando siempre que los límites son solo el inicio de nuevas aventuras.
FIN.