El negocio de las hermanas dientudas



Había una vez dos hermanas llamadas Ámbar y Mía, que eran muy amigas y se divertían juntas todo el tiempo.

Un día, mientras jugaban en el parque, se dieron cuenta de que a ambas se les había caído un diente. - ¡Mira, Mía! -dijo Ámbar mostrando su pequeño diente-. Se me cayó el diente de leche. ¿Y tú? - Yo también perdí mi diente de leche -respondió Mía sacando su propia pieza dental.

Ámbar y Mía estaban emocionadas porque habían oído hablar del famoso ratón Pérez que visitaba a los niños cuando perdían sus dientes de leche.

Así que decidieron dejar sus dientes debajo de la almohada esa noche para ver si el ratón Pérez venía a llevárselos y dejarles algo a cambio. Pero al día siguiente, cuando despertaron, encontraron sus dientes todavía allí.

Miraron debajo de las almohadas y vieron unos pedacitos de queso pero no había ni rastro del dinero prometido por el ratón Pérez. - ¿Qué pasó? -preguntó Ámbar confundida-. Seguro que el ratón Pérez no tuvo tiempo para dejarnos nuestro dinero. - Tal vez tenga problemas para conseguir monedas ahora mismo -sugirió Mía tratando de consolarla.

Las chicas intentaron nuevamente esa noche poner sus pequeños tesoros debajo de la almohada esperando la visita del ratón mágico pero al despertar al día siguiente encontraron lo mismo: ningún dinero bajo la almohada. Ámbar se puso triste.

Había estado ahorrando para comprar algo especial y estaba contando con ese dinero para poder hacerlo. Mía, por su parte, no quería que su hermana menor se sintiera mal. - No te preocupes, Ámbar -dijo tratando de animarla-.

Tal vez el ratón Pérez tenga problemas económicos en este momento. Podemos encontrar otra forma de conseguir el dinero que necesitas. Las dos niñas pensaron en varias ideas pero ninguna parecía funcionar.

Entonces recordaron una feria que habría en la plaza del pueblo donde podrían ganar algo de dinero vendiendo limonada. - ¡Eso es! -exclamó Ámbar emocionada-. Venderemos nuestra limonada casera y conseguiremos el dinero que necesitamos.

Así fue como las dos niñas prepararon su puesto de limonada con entusiasmo y comenzaron a vender sus refrescos a los transeúntes. La gente se acercaba para probar la deliciosa bebida hecha por las pequeñas emprendedoras y pronto comenzaron a tener un gran éxito.

Finalmente lograron reunir suficiente dinero para comprar lo que Ámbar había estado ahorrando tanto tiempo. Pero además aprendieron una valiosa lección: no hay nada más gratificante que trabajar duro para conseguir lo que uno quiere, y no siempre es necesario depender de otros para lograrlo.

Desde entonces, Ámbar y Mía dejaron atrás la idea del ratón Pérez trayendoles monedas debajo de la almohada cada vez que perdían un diente; ahora preferían ser ellas mismas quienes crearan sus propias oportunidades con trabajo duro y esfuerzo.

FIN.

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