El Nene que Amasaba Galletas
Era una vez un nene llamado Tomás, que vivía en un pequeño barrio de Buenos Aires. Tomás tenía una gran pasión: ¡comer leche con galletas! A la hora del té, no había nada que le gustara más que sumergir sus galletas en un plato hondo lleno de leche bien fresca.
Un día, mientras disfrutaba de su merienda favorita en el patio de su casa, su amiga Clara se acercó.
"¿Qué hacés, Tomás?" - preguntó Clara, con curiosidad.
"Estoy comiendo leche con galletas, ¡es lo mejor del mundo!" - respondió Tomás, relamiéndose los labios.
Clara frunció el ceño.
"No entiendo por qué te gusta tanto. No hay nada especial en esas galletas".
Tomás, con un brillo en los ojos, decidió que era el momento de hacer que Clara se enamorara de las galletas.
"¡Ven, te voy a mostrar un truco que aprenderás a amar!" - dijo, emocionado.
Con esto, llevó a Clara a su cocina. Tomás tenía una receta secreta de galletas que su abuela le había enseñado, y decidió que era el momento perfecto para compartirla.
"Primero, necesitamos harina, azúcar, manteca, y por supuesto, ¡choclo!" - comenzó a explicar mientras sacaba los ingredientes del armario.
Mientras mezclaban los ingredientes, Clara se reía y se manchaba la cara de harina.
"Esto es más divertido de lo que pensé, Tomás".
"¡Te dije! Y cuando las galletas salgan del horno, ¡serán las mejores del universo!" - aseguró Tomás.
Al terminar la mezcla, pusieron la masa en una bandeja y la metieron al horno. El aroma delicioso llenó la casa.
"Esto va a ser increíble" - decía Clara mientras esperaban ansiosamente, su estómago gruñendo.
Cuando finalmente las galletas estuvieron listas, un brillo dorado las adornaba. Tomás las sacó del horno con cuidado y, al probarlas, su rostro se iluminó. Clara decidió darle una oportunidad a las galletas de Tomás, y al probar una, su expresión cambió radicalmente.
"¡Esto está buenísimo!" - exclamó Clara, con los ojos bien abiertos.
"¿Te das cuenta de lo que te estabas perdiendo?" - dijo Tomás, riendo.
Ambos se sentaron a disfrutar de las galletas recién horneadas sumergidas en la leche fría, y comenzaron a hablar sobre sus cosas favoritas. De repente, Clara tuvo una idea.
"¿Qué tal si hacemos una merienda para los chicos del barrio?" - propuso con entusiasmo.
"¡Eso suena genial!" - respondió Tomás, emocionado.
Los dos amigos se pusieron manos a la obra y organizaron la merienda. Invitaron a todos sus amigos y, al llegar el día, la cocina estaba llena de risas y alegría.
"Mirá, Tomás, todos están disfrutando de nuestras galletas" - dijo Clara, viendo a sus amigos comer y reírse.
Sin embargo, en medio de la diversión, notaron que algunos de sus amigos no estaban disfrutando de las galletas.
"¿Por qué no les gusta?" - preguntó Tomás, preocupado.
"Tal vez no le gustan las galletas, o no les gusta la leche" - respondió Clara, reflexionando.
Fue entonces cuando se dieron cuenta de que podían ofrecer alternativas.
"¡Vamos a hacer galletas de diferentes sabores!" - sugirió Tomás.
"Y también podemos tener jugo y frutas como opción" - añadió Clara, emocionada.
Así que se pusieron a trabajar, experimentando con nuevos ingredientes. Hicieron galletas de chocolate, de frutas, y hasta galletas sin gluten. Todos los amigos comenzaron a probar diferentes cosas, riendo y disfrutando de la variedad.
Al final de la tarde, el patio estaba lleno de colores, risas y sonrisas.
"¡Gracias, Tomás! ¡Fue la mejor merienda de todos los tiempos!" - gritaron los chicos al unísono.
Tomás miró a Clara y sonrieron.
"¿Ves? A veces hay que compartir lo que amamos para que otros también puedan disfrutarlo."
"Sí, y también aprender a escuchar lo que a los demás les gusta" - dijo Clara.
Y así, desde ese día, Tomás no solo disfrutó de su leche con galletas, sino que también aprendió a compartir su alegría con todos, convirtiéndolo en un veedor de felicidad que unía a sus amigos a través de la cocina y el amor por la comida.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.