El nene que le encanta jugar a la pelota
En un pequeño barrio de Buenos Aires, había un nenito llamado Lucas que tenía una gran pasión por el fútbol. Desde que pudo caminar, no había día que no saliera a jugar a la pelota en la plaza de su barrio. Lucas soñaba con ser un gran jugador, como su ídolo, el famoso futbolista Leo.
Un día, su amigo Tomás le dijo:
"Che, Lucas, ¿quieres jugar en el equipo de la escuela?"
Lucas se iluminó y respondió:
"¡Sí, claro! ¡Sería increíble!"
Lucas, entusiasmado, empezó a asistir a los entrenamientos del equipo. Al principio, no le fue tan bien como esperaba. No podía controlar la pelota, se caía constantemente y no lograba hacer goles. En una de las primeras prácticas, el entrenador, Don Carlos, se acercó y le dijo:
"Lucas, no te desanimes. El secreto está en la práctica. Todos empezamos desde cero."
Lucas recordaba las palabras de Don Carlos y, cada día, entrenaba un poco más. Sin embargo, un día, mientras jugaba, se lastimó la rodilla.
"Ay, ¿qué pasará, Tomás? No puedo seguir así. Ya me siento triste. No puedo jugar como quiero."
Tomás le respondió con una sonrisa:
"Escuchame, lo importante es no rendirse. Tal vez deberías descansar y volver cuando estés listo."
Lucas tomó el consejo de su amigo y decidió tomarse un par de días. Mientras tanto, observaba a sus compañeros jugar y se dio cuenta de que podía aprender mucho solo con mirar. Durante esos días, se dedicó a practicar controles de pelota en casa, a estudiar estrategias en videos, y a leer libros sobre fútbol.
Cuando volvió a las prácticas, se sintió renovado y lleno de ideas.
"¡Vamos!" - decía mientras se pasaba la pelota de pie a pie, ahora dominaba mejor el juego.
Entusiasmado, Lucas empezó a aplicar todo lo que había aprendido y, poco a poco, se fue ganando el respeto de sus compañeros.
Una tarde, Don Carlos anunció que iba a haber un partido importante contra otro equipo de la zona:
"Chicos, ¡es la oportunidad de mostrar todo lo que hemos entrenado!"
Lucas se sintió nervioso, pero al mismo tiempo emocionado.
"¡Voy a dar lo mejor de mí!"
El día del partido llegó. Todo el barrio estaba ahí apoyando a los chiquitos. El juego comenzó y Lucas tuvo algunas oportunidades para hacer goles, pero no logró marcar. Sin embargo, no se dio por vencido y siguió corriendo detrás de la pelota.
En los últimos minutos del partido, cuando el marcador estaba 1-1, Lucas vio que su compañero Pedro estaba rodeado de adversarios. De repente, se le iluminó la mente y gritó:
"¡Pasala, Pedro! ¡Ya sé qué hacer!"
Pedro pasó la pelota, y Lucas, con todas sus fuerzas, remató. ¡Gooool! ¡La pelota entró al arco! La emoción fue desbordante, y todos celebraron, incluida la mamá de Lucas, que desde la tribuna aplaudía llevándose las manos a la cara.
El partido terminó 2-1 a favor de su equipo. Tras el pitazo final, Don Carlos se acercó a Lucas y le dijo:
"Estoy muy orgulloso, Lucas. No solo por el gol, sino por no rendirte y seguir trabajando duro. Eso es lo que realmente importa."
Lucas, con una sonrisa enorme, respondió:
"¡Gracias, Don Carlos! Aprendí que si uno se esfuerza y no se rinde, puede lograr lo que se proponga."
A partir de ese día, Lucas siguió disfrutando de jugar al fútbol, pero también entendió la importancia del trabajo en equipo, la perseverancia y el apoyo entre amigos. Con el tiempo, se convirtió en el capitán de su equipo, guiando a otros nenes con su ejemplo y enseñándoles lo que él había aprendido: el verdadero valor no estaba solo en ganar, sino en disfrutar del juego y aprender en el camino.
Y así, Lucas no solo se volvió mejor futbolista, sino también un gran amigo y compañero, llevando siempre en su corazón la lección más importante.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.