El Nene y el Lobo Amistoso



Había una vez un nene llamado Tomás, que vivía en un pequeño pueblo al borde de un enorme bosque. Tomás era un chico curioso y aventurero. Un día, decidió explorar el bosque, con su mochila llena de todas sus cosas favoritas: una brújula, una linterna y un par de sándwiches. Antes de irse, le prometió a su mamá que no se adentraría demasiado y que regresaría antes del anochecer.

Mientras caminaba entre los árboles, Tomás escuchó un suave aullido que provenía de un arbusto cercano. Se acercó con cautela y, para su sorpresa, se encontró cara a cara con un lobo de pelaje marrón y ojos brillantes.

"Hola, soy Tomás. ¿Te llamas lobo?" - preguntó el nene, un poco asustado pero muy curioso.

"Sí, soy un lobo, pero no soy como los que cuentan en los cuentos. Me llamo Lucho y no soy malo. Solo tengo hambre y busco comida." - respondió Lucho, moviendo su cola con un gesto amistoso.

Tomás, al escuchar esto, decidió no huir. En lugar de eso, abrió su mochila y sacó uno de sus sándwiches.

"¿Queres un poco de mi almuerzo?" - ofreció, mientras estiraba su mano con el sándwich.

Lucho se sorprendió por la amabilidad del nene. "¡Gracias! No esperaba eso de un humano. Necesito ser un poco más amable también."

Los dos se sentaron juntos bajo un árbol grande y comenzaron a charlar. Tomás le contó a Lucho sobre su vida en el pueblo, la escuela, y las aventuras que siempre soñaba vivir. Lucho, por su parte, le habló sobre el bosque, los animales que lo habitaban y cómo era ser un lobo en un mundo lleno de miedos y prejuicios.

"A veces la gente piensa que los lobos son peligrosos, pero eso no es cierto. Solo queremos vivir en paz, al igual que vos." - dijo Lucho con tristeza.

"Sí, comprendo. La gente no siempre conoce la verdad. Todos podemos ser buenos si nos damos la oportunidad de conocernos mejor." - reflexionó Tomás, mientras pensaba en sus propios amigos y en sus diferencias.

A medida que pasaba el tiempo, Tomás y Lucho se hicieron grandes amigos. El lobo le mostró los secretos del bosque: un arroyo cristiano donde los peces saltaban, un claro lleno de flores y hasta un escondite donde guardaba sus tesoros: unas piedras brillantes y una pluma de pájaro.

Pero llegó el momento en que Tomás tuvo que volver a casa. Se despidió de Lucho prometiendo que volvería otro día. "No me olvides, amigo. Te voy a traer más sándwiches la próxima vez" - dijo Tomás con una sonrisa.

"Claro que sí, Tomás. Y yo te esperaré. Recuerda, la amistad no entiende de especies. ¡Hasta pronto!" - respondió Lucho, moviendo la cola emocionado.

Los días pasaron y Tomás regresó al bosque cada vez que podía. Cada encuentro era una nueva aventura que enseñaba a Tomás y a Lucho algo valioso: siempre que se diera la oportunidad de conocerse, los prejuicios se desvanecían y la amistad florecía.

Un día, mientras jugaban juntos, escucharon ruidos extraños. Eran unos cazadores que entraban al bosque buscando a Lucho. Tomás se asustó, pero enseguida recordó lo que el lobo le había enseñado sobre la verdadera amistad. Decidido, se le ocurrió un plan.

"Lucho, ¿qué tal si vamos a la parte más profunda del bosque? Ahí no nos encontrarán. Voy a decirles que no hay nada por aquí y no vendrán más." - dijo Tomás con determinación.

"¡Buen plan, amigo! Vamos." - Lucho guiaba a Tomás, manteniéndose en la sombra de los árboles.

Cuando los cazadores se acercaron, Tomás, saliendo de detrás de un árbol, gritó: "¿Qué hacen aquí? Este bosque es nuestro, y no hay nada que quieran cazar aquí!" - con firmeza.

Los cazadores se sorprendieron al ver a un nene tan valiente.

"¿Y quién te crees para decirnos eso?" - uno de ellos respondió con desdén.

"Soy Tomás, y tengo un amigo lobo que no le hace daño a nadie. Ustedes no deberían estar aquí, ¡están asustando a los animales!" - dijo con seguridad.

Los cazadores, confundidos por el coraje del nene, decidieron irse.

"Está bien, salimos. Pero ten cuidado, chico, este lugar puede ser peligroso." - dijeron, alejándose.

Y así, con la valentía y la amistad, Tomás había protegido a Lucho. Desde ese día, el bosque se convirtió en su reino, un lugar donde la amistad no tenía límites, y ambos aprendieron que los valores como la valentía y la comprensión son esenciales para construir conexiones.

Así, Tomás y Lucho se volvieron inseparables, y juntos demostraron que el poder de la amistad puede superar cualquier barrera, incluso aquellas que parecen insuperables.

FIN.

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