El niño al que le encantaba el chococale



En un pequeño pueblo argentino, había un niño llamado Mateo que amaba el chocolate con todo su corazón. No había cosa que lo hiciera más feliz que una barra de chocolate en su mano. Ni bien llegaba del colegio, corría a la cocina y abría la alacena esperando encontrar un dulce sorpresa.

Un día, después de una lluvia torrencial, Mateo salió a jugar con sus amigos. Mientras corrían por el campo, encontraron algo brillante en el suelo. Era un trozo misterioso de chocolate.

"¡Mirá! ¡Encontramos chocolate!" - exclamó su amigo Lucas, acercándose al hallazgo.

"No puede ser real, ¿es de verdad?" - preguntó Mateo, con los ojos iluminados por la emoción.

La curiosidad los invadió, así que decidieron recogerlo y llevarlo a casa. Pero antes de que pudieran dar un bocado, una voz de un anciano se escuchó desde atrás.

"¡Espera, jóvenes!" - dijo el anciano, con una larga barba canosa. "Ese no es chocolate común, es un chococale mágico. Si lo comen, les dará un poder especial, pero también una enseñanza importante."

Mateo y sus amigos, intrigados pero un poco temerosos, se miraron entre sí.

"¿Qué tipo de poder?" - preguntó Mateo, ansioso.

"El poder de hacer una buena acción. Pero ojo, hay que usarlo sabiamente. A veces, los deseos no se cumplen de la forma que uno espera." - explicó el anciano.

Los niños decidieron confiar en el anciano y, juntos, tomaron un pequeño trozo del chococale mágico. Al momento, sintieron una fuerte oleada de energía recorrer sus cuerpos.

"¡Wow! ¡Me siento diferente!" - gritó Lucía, la más aventurera del grupo.

Los niños empezaron a ver cosas que antes no notaban. Desde aquel día, podían detectar cuándo alguien necesitaba ayuda, desde un amigo que no podía resolver un problema de matemáticas, hasta un perrito perdido en el barrio.

Una tarde, vieron a un anciano intentando cargar bolsas de compras muy pesadas. Sin dudarlo, Mateo corrió hacia él.

"¡Déjame ayudarte, abuelo!" - le dijo, mientras tomaba una de las bolsas.

El anciano sonrió agradecido.

"¡Muchas gracias, joven! A veces uno no se da cuenta de que siempre hay alguien que puede ayudar."

Mateo y sus amigos continuaron haciendo buenas acciones todos los días, declarándose los "Héroes del Chococale". Pero un día, Mateo se dio cuenta de que el poder que el chococale les había otorgado estaba comenzando a desvanecerse. Sentían que no podían ayudar a los demás como antes.

"¿Qué hacemos ahora?" - se lamentó Lucas.

"Quizás deberíamos buscar al anciano y preguntarle qué hacer" - sugirió Mateo, desesperado por recuperar su poder.

Partieron al bosque donde lo encontraron por primera vez. Cuando lo hallaron, el anciano les sonrió.

"¿Volvieron por más poder, chicos?" - preguntó.

"Sí, pero ya no podemos ayudar como antes. ¿Qué pasó?" - preguntó Mateo, preocupado.

"El verdadero poder no viene del chococale, sino del deseo de ayudar a los demás. Puedes hacerlo sin necesidad de magia. Eso es lo que hace a un héroe" - respondió el anciano.

Las palabras del anciano resonaron en la mente de Mateo. Comprendió que el chococale les había dado la oportunidad de descubrir su propio poder para ayudar a los demás. Así que vuelvió a su pueblo con una nueva misión: ser un héroe todos los días, no por un hechizo, sino por su propia voluntad.

A partir de entonces, Mateo y sus amigos se hicieron conocidos no solo por su amor al chocolate, sino también por sus inagotables buenas acciones. Y aunque nunca más vieron al chococale mágico, supieron que la verdadera magia estaba en su corazón.

Y así, Mateo aprendió una importante lección: ayudar a los demás con bondad, sin esperar nada a cambio, es el verdadero sabor de la vida.

Y todos en el pueblo, incluso Mateo, viviendo felizmente, recordando que siempre hay un espacio para compartir un trozo de chocolate y una buena acción.

Y colorín colorado, este cuento todavía no ha terminado. En el fondo de la alacena, ¡siempre puede haber un nuevo chococale esperando ser encontrado!

FIN.

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