El niño andino y su Origami circular
Había una vez en las tierras altas de los Andes argentinos, un niño llamado Mateo, a quien le encantaba crear con Origami circular.
Mientras sus padres se iban a trabajar en la chacra, él se quedaba solo en casa, pero lejos de sentirse solo, encontraba en el viento helado un compañero perfecto para dar rienda suelta a su creatividad. Con sus manos habilidosas, Mateo doblaba y moldeaba pequeños papeles de colores, convirtiéndolos en amiguitos que cobraban vida en su imaginación.
Su casa se llenaba de maravillosos animalitos, plantas y personajes fantásticos que él mismo ideaba y creaba. Cada día era una nueva aventura en la que sus creaciones cobraban vida y lo llevaban a un mundo de fantasía y diversión.
Aunque Mateo cada vez lograba hacer figuras más sorprendentes, siempre se esforzaba por superarse a sí mismo y aprender nuevas técnicas para que sus creaciones fueran aún más espectaculares.
Con el tiempo, su destreza en el arte del Origami circular se fue volviendo tan extraordinaria que su pequeña casa se convirtió en un verdadero paraíso de papel, lleno de magia y color.
Sus padres, al regresar de la chacra, quedaban maravillados ante la creatividad de Mateo y el mundo mágico que había construido. Con el apoyo y el ánimo de su familia, Mateo descubrió que su talento para el Origami circular podía llegar a ser algo más que un pasatiempo.
Comenzó a hacer increíbles exposiciones de sus creaciones, llevando a la comunidad entera a un mundo de ensueño a través de sus coloridas figuras de papel.
La gente de los pueblos cercanos venía de todas partes para maravillarse con las obras de arte de Mateo y escuchar las historias que él les contaba sobre cada una de sus creaciones.
De esta manera, el pequeño Mateo no solo trajo alegría y color a su hogar, sino también a todos los corazones que tuvieron la fortuna de conocerlo, enseñándoles que la verdadera magia está en la creatividad, la imaginación y el amor por lo que se hace.
Y así, el viento helado que antes soplaba solitario alrededor de la casa de Mateo, ahora era testigo y cómplice de la felicidad que nacía de sus manos y su asombrosa imaginación.
FIN.