El niño curioso y la luna


Había una vez un niño llamado Tomás, que siempre estaba lleno de curiosidad.

Le encantaba hacer preguntas sobre todo lo que veía a su alrededor y no había nada que le emocionara más que observar el cielo por las noches. Una noche, mientras miraba la luna brillante en el firmamento, decidió hacerle una pregunta.

Levantó su dedo índice y apuntó hacia arriba, desafiando a la luna con su interrogante:- ¡Luna, luna! ¿Por qué eres tan redonda? Pero para sorpresa de Tomás, la luna pareció ignorarlo por completo. No dijo ni una palabra y simplemente continuó iluminando el oscuro cielo nocturno. Tomás se sintió desconcertado y decidió intentarlo nuevamente.

- ¡Luna, luna! ¿Cómo haces para estar siempre allí arriba? Pero esta vez también fue ignorado por la luna. Parecía como si estuviera tratando de esconderse detrás de las nubes. El pequeño Tomás no se rindió fácilmente.

Sabía que debía encontrar una forma de obtener respuestas a sus preguntas. Decidió pedir ayuda a sus amigos: los animales del bosque. Primero encontró a Lucas, un simpático conejito que saltaba entre los arbustos. - Lucas -dijo Tomás-, necesito tu ayuda.

La luna no responde mis preguntas y parece querer esconderse cada vez que le hablo. Lucas movió sus orejas peludas hacia adelante y pensativo respondió:- Tal vez necesites hablar con alguien más grande y sabio.

¿Qué tal si buscas a la vieja tortuga en el estanque? Tomás siguió el consejo de Lucas y se dirigió al estanque del bosque, donde encontró a la vieja tortuga tomando un baño de sol. - Vieja tortuga -dijo Tomás con respeto-, necesito tu sabiduría.

La luna no quiere responderme y se esconde cada vez que le pregunto algo. La vieja tortuga levantó su cabeza arrugada y dijo con voz pausada:- Querido niño, la luna tiene sus razones para no responderte.

A veces las respuestas están más cerca de lo que crees, solo debes mirar más allá. Tomás pensó en lo que dijo la vieja tortuga mientras volvía al claro del bosque.

Miraba a su alrededor intentando encontrar una respuesta cuando vio una pequeña luciérnaga brillando en medio de la oscuridad. De repente, una idea iluminó su mente como si fuera un rayo de luz. Regresó corriendo hacia su casa y agarró un cuaderno y lápiz.

Comenzó a dibujar cada pregunta que había hecho a la luna: "¿Por qué eres tan redonda?" y "¿Cómo haces para estar siempre allí arriba?". Luego agregó otra pregunta: "¿Por qué te escondes cuando te pregunto?".

Dibujando flechas entre las preguntas, Tomás comenzaba a ver algo nuevo: ¡un patrón! El niño corrió nuevamente hacia el claro del bosque con su cuaderno en mano.

Levantando el dibujo hacia el cielo, gritó:- ¡Luna, luna! ¡Mira lo que he descubierto! Esta vez, la luna no se escondió ni ignoró a Tomás. En cambio, comenzó a brillar aún más intensamente y envió un rayo de luz hacia el dibujo en el cuaderno. Tomás entendió su respuesta.

La luna no podía hablar porque sus respuestas estaban escritas en el cielo todas las noches. Su forma redonda y su presencia constante eran señales de que siempre estaría allí para iluminar nuestras vidas. A partir de ese día, Tomás siguió observando el cielo nocturno con asombro.

Aprendió a reconocer las constelaciones y los planetas mientras continuaba haciendo preguntas y buscando respuestas en las estrellas. Y así fue como Tomás descubrió que algunas veces las respuestas están más cerca de lo que creemos, solo debemos aprender a mirar más allá.

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