El Niño de la Lluvia
Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Arcoíris, un niño llamado Mateo. La sequía había llegado y eran meses desde que la última lluvia había tocado la tierra. Las plantas estaban secas, los animales sedientos y el pueblo entero se sentía triste.
Un día, mientras Mateo caminaba por el campo, encontró una pequeña nube oscura flotando en el aire. - ¿Y vos quién sos? - le preguntó con curiosidad.
- Soy Nubecita, la nube que nunca llueve - contestó la nube, con voz temblorosa. - Estoy atrapada entre el cielo y la tierra, pero no puedo hacer llover.
Mateo se quedó pensando. - ¿Y si te ayudo? Tal vez podamos hacer que llueva de nuevo en Arcoíris.
- Pero no sé cómo hacerlo - respondió Nubecita, triste.
- Yo tengo una idea. - dijo Mateo con entusiasmo. - Cada vez que alguien en el pueblo cuente un chiste o ría, tal vez eso haga que te sientas más ligera.
Nubecita dudó, pero estaba dispuesta a intentarlo. Mateo corrió al pueblo y reunió a todos. - Necesitamos hacer reír a Nubecita para que llueva.
Los adultos miraron a Mateo, sorprendidos. - ¿Cómo va a funcionar eso? - preguntó Doña Rosa, la panadera.
- Por favor, intentémoslo - exclamó el niño. Así que la gente comenzó a contar chistes, historias divertidas y hasta bailaron al son de la música.
Poco a poco, Nubecita empezó a sentirse un poco más ligera, pero no suficiente para llorar. - Necesitamos más risas.
Mateo se sintió un poco desanimado, pero pensó en otra idea. - ¿Qué tal si hacemos una fiesta de la risa? Invitemos a todos los pueblos cercanos y hagamos un desfile de risas.
Los aldeanos se entusiasmaron con la idea y en unos pocos días organizaron el gran evento. Cada persona iba a llevar un chiste, una canción o incluso un disfraz divertido.
El día del desfile, el pueblo brillaba de alegría. Risas, música y bailes llenaban el aire. Mateo, con su gorro de payaso y nariz roja, fue el rey de la fiesta. Y poco a poco, Nubecita comenzó a moverse.
- ¡Esto es hermoso! - exclamó la nube. Ahora ya puedo sentir alegría.
Y con un retumbante sonido de trueno, Nubecita comenzó a llorar. Lluvias suaves comenzaron a caer del cielo, cada gota era un aplauso a las risas del pueblo.
- ¡Mirá, está lloviendo! - gritaron los niños, saltando de alegría. Los adultos también celebraron, corriendo a recoger el agua en baldes. Pero mientras todos estaban felices, Mateo notó que Nubecita parecía agotada.
- ¿Estás bien, Nubecita? - preguntó el niño con preocupación.
- Sí, estoy bien. Pero necesito descansar ahora. - respondió la nube, cansada pero sonriente.
Mateo entendió que había que cuidar de Nubecita y decidió que cada vez que llueva, el pueblo celebrará la alegría, para que la nube nunca se sienta sola ni triste.
Desde aquel día, el pueblo de Arcoíris no solo aprendió la importancia de compartir risas, sino que también cuidó de cada gota de agua, haciendo plantaciones y cuidando a los animales.
Y cada vez que llovía, se hacía una gran fiesta, recordando el día en que un niño y una nube juntos hicieron que la alegría regara su pueblo. Y así, la magia de la risa y la amistad llenó Arcoíris para siempre.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.