El niño de la selva



Había una vez un niño llamado Gregorio, quien era muy aventurero y siempre estaba buscando nuevas emociones. Un día, mientras exploraba la selva cercana a su casa, se adentró demasiado y se perdió por completo.

Gregorio caminaba sin rumbo fijo en medio de la densa vegetación cuando, de repente, escuchó unos extraños sonidos provenientes de los árboles. Al levantar la mirada, se dio cuenta de que estaba rodeado por un grupo de indios salvajes.

Los indios lo miraban con curiosidad y cautela. Aunque al principio Gregorio estaba asustado, pronto comprendió que estos indígenas no eran tan salvajes como pensaba. De hecho, eran amables y estaban dispuestos a ayudarlo.

El jefe de la tribu se acercó a Gregorio y le habló en su idioma nativo: "¡Bienvenido a nuestra selva! No te preocupes, no te haremos daño". Gregorio respiró aliviado y respondió: "Gracias por no lastimarme. Me he perdido y no sé cómo regresar a mi casa".

El jefe sonrió amablemente y dijo: "No te preocupes, pequeño aventurero. Te ayudaremos a encontrar el camino de regreso".

Los indios enseñaron a Gregorio cómo sobrevivir en la selva: cómo buscar comida comestible entre las plantas y cómo construir refugios temporales para protegerse del clima adverso. Durante su tiempo con los indios salvajes, Gregorio aprendió mucho sobre la naturaleza y el respeto por el entorno que lo rodeaba.

Los indígenas le enseñaron a valorar las plantas y los animales, y cómo vivir en armonía con ellos. Un día, mientras exploraban la selva juntos, Gregorio notó una extraña planta que nunca antes había visto.

Se acercó a ella para observarla más de cerca, pero el jefe lo detuvo rápidamente. "¡Cuidado!", exclamó el jefe. "Esa planta es venenosa y podría hacerte daño". Gregorio se dio cuenta de lo importante que era escuchar y aprender de aquellos que conocían mejor el entorno en el que estaban.

Agradecido por su guía y protección, decidió ayudar a los indios salvajes de alguna manera. Un día, mientras caminaba junto al río, Gregorio encontró una canoa abandonada.

Recordando las historias del jefe sobre la falta de recursos de su tribu, tuvo una idea brillante. De regreso al campamento indígena, Gregorio compartió su descubrimiento con los indios salvajes. Juntos trabajaron duro para reparar la canoa y hacerla navegable nuevamente. Cuando finalmente terminaron, todos celebraron emocionados.

Era un nuevo medio para conseguir alimentos y otros recursos necesarios para la tribu. El tiempo pasó rápidamente y llegó el momento en que Gregorio tuvo que despedirse de sus nuevos amigos indios salvajes. Los abrazos fueron cálidos y llenos de gratitud mutua.

Con lágrimas en los ojos, Gregorio se alejó sabiendo que siempre llevaría consigo las lecciones aprendidas en la selva: respeto por la naturaleza, valentía ante las adversidades y la importancia de ayudar a los demás.

Cuando finalmente encontró el camino de regreso a su hogar, Gregorio se dio cuenta de que había cambiado para siempre. Ahora era un niño más sabio y consciente del mundo que lo rodeaba.

Desde aquel día, Gregorio nunca dejó de explorar y aprender sobre la naturaleza. Pero esta vez, lo hacía con una nueva perspectiva y un corazón lleno de gratitud por todo lo que la selva le había enseñado.

Y así, Gregorio continuó su vida llena de aventuras, siempre recordando su tiempo con los indios salvajes y compartiendo las lecciones aprendidas con quienes cruzaban su camino.

FIN.

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