El niño de las encías inflamadas
Érase una vez en un pequeño pueblo llamado Sonrisas, un niño simpático llamado Lucas. Lucas era conocido por su risa contagiosa y su amor por los dulces. Le encantaba comer golosinas de todo tipo, desde caramelos de colores hasta galletitas de chocolate. Sin embargo, un día, mientras se preparaba para devorar un montón de golosinas, sintió un intenso dolor en su boca.
-Mamá, me duele mucho la boca -se quejó Lucas, tocándose la cara con una mueca de incomodidad.
Su madre, preocupada, lo llevó al dentista del pueblo, la doctora Clara, que era conocida por ser muy amable.
-¡Hola Lucas! -saludó la doctora con una gran sonrisa- ¿Qué te trae por aquí?
-Me duelen las encías -respondió Lucas mientras se sentaba en la silla del dentista. -No puedo comer mis golosinas.
-Entiendo, Lucas. Vamos a revisar eso -dijo la doctora. Miró su boca con una lámpara y supe que el problema era que las encías estaban inflamadas.
-Esto ocurre a menudo cuando comes muchos dulces y no te cepillas los dientes regularmente. -explicó la doctora Clara- Necesito que te comprometas a cuidar mejor de tus dientes.
Lucas asintió, comprendiendo que su amor por los dulces había tomado un giro inesperado.
-Con mucho gusto, doctora Clara. -dijo Lucas con una sonrisa tímida.
A partir de ese momento, Lucas decidió cambiar sus hábitos. En vez de comer golosinas todos los días, empezó a consumir más frutas y verduras.
-¡Mirá, mamá! ¡Estoy comiendo una manzana! -exclamó un día mientras daba un mordisco a la jugosa fruta.
Su madre, muy orgullosa de su decisión, lo animó a seguir adelante. Con el tiempo, Lucas también aprendió a cepillarse los dientes antes de dormir y después de cada comida y a usar hilo dental. Todo esto con la ayuda de la doctora Clara, quien lo visitaba cada mes para controlar su progreso.
Un día, mientras Lucas jugaba con sus amigos en el parque, escuchó que un nuevo niño llamado Mateo se había mudado a Sonrisas.
-¡Hola! Soy Lucas, ¿quieres jugar con nosotros? -le dijo Lucas a Mateo.
-Claro, me encantaría. -respondió Mateo- Pero no sé jugar.
-No te preocupes, yo te enseñaré -dijo Lucas de manera entusiasta.
Los dos niños empezaron a jugar a la pelota, riendo y corriendo. Pero cuando Mateo sacó un dulce del bolsillo...
-¿Te gusta el chocolate? -preguntó Mateo.
-¡Sí! Pero... -dudó Lucas.
-¿Pero qué? ¿Te da miedo? -preguntó Mateo.
Lucas sintió que no quería volver a tener problemas con sus encías.
-No, no es miedo; es que debo cuidar de mis dientes. No quiero que se inflamen otra vez.
Mateo miró a Lucas, sorprendido, y le preguntó:
-¿De verdad? ¿Por qué?
Y Lucas, con una gran sonrisa, explicó:
-¡Porque mis dientes son importantes! Ahora como frutas y me cepillo bien los dientes. ¡Y mi dolor se fue! Aquí en Sonrisas todos podemos aprender a cuidar nuestros dientes y comer algo rico pero sin pasarnos.
Mateo escuchó atentamente a su nuevo amigo y sonrió.
-¡Eso suena genial! Yo también quiero cuidar mis dientes.
A partir de ese día, Lucas y Mateo se convirtieron en grandes amigos que compartían no solo juegos, sino también hábitos saludables. Juntos hablaban sobre lo importante que era cuidarse y siempre alentaban a sus amigos a hacer lo mismo.
Así, en el pueblo de Sonrisas, Lucas se convirtió en un héroe, no porque podía devorar dulces, sino porque enseñó a sus amigos la importancia de cuidar de su salud bucal. Y lo más importante de todo:
-¡Dentistas felices, bocas felices! -exclamaba Lucas mientras se reía con sus amigos.
Y así vivieron felices, riendo y compartiendo momentos dulces... pero saludables.
Desde entonces, Lucas nunca olvidó cuidar de sus dientes, y aunque a veces disfrutaba de un dulce, siempre se aseguraba de que fueran unos pocos y de cepillarse muy bien después.
Desde aquel día, el pueblo de Sonrisas no solo brillaba con las risas de sus habitantes, sino que también era conocido por tener las sonrisas más sanas de la región. Y Lucas, aprendió que cuidarse a uno mismo es una de las cosas más dulces de la vida.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.