El niño de los colores emocionales


Leo vivía en un pequeño pueblo donde todos lo conocían por su don especial.

Los vecinos solían pedirle a Leo que les describiera los colores que veía en sus vidas, ya que para él cada emoción tenía un tono único y cada sonido una paleta de colores vibrantes. Un día, mientras paseaba por el parque del pueblo, Leo escuchó un llanto desconsolado proveniente de debajo de un árbol.

Se acercó con curiosidad y encontró a una niña sentada en el suelo, con la mirada perdida y las mejillas mojadas por las lágrimas. - ¿Qué te pasa? -preguntó Leo con ternura. La niña levantó la mirada y lo miró con sorpresa.

Nunca antes había visto a alguien como Leo, cuyos ojos brillaban con la intensidad de mil colores. - Estoy triste porque perdí mi pelota favorita -respondió la niña entre sollozos.

Leo se sentó a su lado y cerró los ojos para concentrarse en los colores que emanaban de la tristeza de la niña. Vio tonos azules oscuros mezclados con grises y morados apagados. - No te preocupes, sé cómo ayudarte -dijo Leo con determinación.

Leo tomó la mano de la niña y juntos se adentraron en el bosque cercano. Allí, entre los árboles altos y frondosos, encontraron la pelota escondida detrás de un arbusto.

La niña no podía creerlo; sus ojos se iluminaron al ver su pelota favorita recuperada gracias a Leo y sus extraordinarios dones. A partir de ese día, Leo se convirtió en el héroe del pueblo. Ayudaba a encontrar objetos perdidos, alegraba corazones tristes con sus colores brillantes e inspiraba a todos a ver el mundo desde una perspectiva diferente.

Una tarde, mientras caminaba por el mercado del pueblo, Leo vio a un anciano sentado en un banco con una expresión melancólica en el rostro. Se acercó lentamente y observó los tonos opacos que rodeaban al anciano.

- Buenos días, señor ¿Está todo bien? -preguntó Leo con amabilidad. El anciano le contó a Leo sobre su soledad desde que su esposa falleció hacía años. Sus días parecían más grises sin ella a su lado.

Leo cerró los ojos e imaginó cómo sería el color del amor eterno. Vio destellos dorados mezclados con rosas brillantes y blancos puros resplandeciendo frente al anciano. - No estás solo -dijo Leo-.

El amor nunca desaparece; siempre está presente si sabemos dónde buscarlo. Con estas palabras reconfortantes, el anciano sintió cómo algo dentro de él se iluminaba nuevamente.

Descubrió que aunque su esposa ya no estaba físicamente junto a él, su amor seguía vivo en cada recuerdo compartido. Desde ese día, el anciano visitaba regularmente al joven Leo para compartir historias del pasado llenas de colores brillantes y cálidos.

Y así fue como Leo continuó dejando huellas coloridas allá donde iba: recordándole al mundo entero que incluso en los momentos más oscuros siempre hay luz si aprendemos a verla desde adentro hacia afuera.

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