El Niño del Bosque y la Monja Sabia



Era un día soleado cuando Mateo, un niño curioso y aventurero de ocho años, decidió explorar el bosque cerca de su casa. Su madre siempre le decía que no se alejara demasiado, pero el misterio de los árboles altos y los sonidos desconocidos era demasiado tentador. Sin darse cuenta, Mateo se internó en el bosque y pronto se dio cuenta de que estaba perdido.

- ¡Hola! ¿Hay alguien ahí? - gritó Mateo, con su corazón latiendo rápidamente.

El eco de su voz se perdió entre las ramas. Mientras intentaba recordar por dónde había llegado, avistó una figura sentada en un tronco. Era una monja de cabello canoso y rostro amable, rodeada por una sábana blanca que brillaba bajo el sol.

- ¡Hola, pequeño! - dijo la monja con una sonrisa cálida. - ¿Te has perdido?

- Sí, estoy buscando el camino a casa - respondió Mateo, sintiéndose aliviado de encontrar a alguien.

La monja se acercó a él con cuidado y le preguntó:

- ¿Qué tal si me cuentas cómo llegaste aquí? A veces, las palabras ayudan a aclarar las ideas.

Mateo comenzó a relatar cómo había visto una mariposa de colores brillantes y había decidido seguirla, olvidando el camino. La monja escuchó atentamente, asintiendo mientras él hablaba.

- A veces, en la vida, nos perdemos porque nos dejamos llevar por la curiosidad. Pero lo importante es saber cómo regresar - dijo la monja, acariciando su mano.

Mateo, intrigado, le preguntó:

- ¿Y cómo se hace eso?

- Primero, debes observar lo que te rodea. Cada paso que das debe ser con cuidado. Y sobre todo, debes aprender a escuchar a tu corazón. - dijo la monja, guiándolo hacia un claro donde se veía más luz.

Mateo miró a su alrededor y notó algo que antes no había visto: un arroyo que fluía suavemente, como una pequeña serpiente que se deslizaba por el suelo. De repente, tuvo una idea.

- Si sigo el arroyo, quizás me lleve de vuelta a casa - exclamó con entusiasmo.

La monja sonrió de nuevo.

- Esa es una excelente idea, Mateo. El agua siempre encuentra su camino, al igual que nosotros. Pero recuerda, no todo camino se ve fácil, y a veces puede haber obstáculos. ¿Cómo podríamos enfrentarlos?

Mateo pensó un momento y dijo:

- ¡Podemos hacer un pequeño puente con piedras! Así no tendremos que mojarnos.

- ¡Maravillosa idea! - exclamó la monja. Juntos recogieron piedras del lecho del arroyo y comenzaron a construir su puente. Fue un trabajo en equipo, y Mateo se sintió orgulloso de su creación.

Una vez que cruzaron el arroyo, el sol comenzó a esconderse detrás de las montañas. Mateo sintió un pequeño nudo en la garganta; el miedo a estar aún más perdido comenzó a apoderarse de él. La monja, percibiendo su inquietud, le dijo:

- A veces, en momentos de miedo, debemos recordar que la luz siempre vuelve a brillar. La noche puede ser oscura, pero hay estrellas que nos guiarán. ¿Ves allí? - indicó, señalando el cielo.

Mateo miró arriba y vio cómo las estrellas comenzaban a aparecer una a una. Su brillo le trajo calma y confianza.

- ¡Sí! Y si seguimos adelante, tal vez podamos llegar a casa antes de que se haga completamente de noche - dijo él, tomando impulso.

- Exacto, sigamos adelante, y recuerda lo que hemos aprendido hoy. Nunca debemos tener miedo de pedir ayuda o cambiar de rumbo si es necesario. - comentó la monja mientras caminaban juntos.

Finalmente, después de muchas aventuras y risas, llegaron a un sendero conocido por Mateo. No podía creer que estaba tan cerca de casa.

- ¡Lo logré! ¡Estoy cerca de casa! - gritó con alegría, saltando de felicidad.

La monja lo miró con satisfacción.

- Sí, pero no olvides nunca lo que aprendiste en el camino. La curiosidad es maravillosa, pero siempre con atención y respeto. - dijo mientras Mateo se preparaba para correr hacia su hogar.

Mateo la miró y, antes de irse, le preguntó:

- ¿Cómo te llamas?

- Puedes llamarme Teresa - respondió ella con una sonrisa, sabiendo que su ayuda había hecho una gran diferencia en el corazón del niño.

Mateo corrió hacia su casa, donde su madre lo esperaba preocupada. Desde ese día, cada vez que salía a jugar, recordaba las lecciones que le había enseñado la señora Teresa, la monja sabia del bosque. Y así, su curiosidad se convirtió en su mayor tesoro, aprendiendo a explorarlo todo con valentía y responsabilidad.

FIN.

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