El niño del cohete estrellado
En un pequeño pueblo, donde las sombras de la guerra se cernían a diario, nació un niño llamado Leo. Desde el primer día, sus padres, Marta y Carlos, sabían que el mundo en el que vivían no era seguro para él. Un día, mientras observaban las estrellas en su patio, Carlos tuvo una idea brillante.
"¿Qué tal si lo lanzamos al espacio?", dijo con un brillo en sus ojos.
"¿Al espacio? ¿Es posible?", preguntó Marta, sorprendida.
Ambos comenzaron a construir un cohete con partes viejas que encontraron en su garaje. Legos, latas, y hasta una brújula que había sido de su abuelo. Al finalizar, el cohete parecía una obra de arte, lleno de colores y espejos.
Un día, cuando la guerra alcanzó su clímax y las sirenas de alerta comenzaron a sonar, Marta y Carlos decidieron que era el momento. Con el corazón lleno de amor y tristeza, subieron a Leo en el cohete.
"Siempre serás nuestro pequeño astronauta", le susurró Marta, mientras le ponía un casco brillante.
"Nunca olvides que te amamos", terminó Carlos, llenando su voz de emoción.
Con un último empujón, el cohete despegó hacia el cielo estrellado, dejando atrás la confusión del mundo.
Mientras viajaba, Leo fue rodeado de luces y colores que nunca había visto. De repente, el cohete aterrizó suavemente sobre un mundo de ensueño, lleno de criaturas fantásticas y paisajes vibrantes. A su alrededor, había un bosque de árboles que hablaban y ríos que cantaban.
"¡Hola, pequeño viajero! ¿Cómo llegaste aquí?", preguntó un caracol gigante con un sombrero de copa.
"Vengo de un lugar donde las cosas son tristes. Mis papás me enviaron al espacio para que esté a salvo", respondió Leo.
El caracol sonrió y le presentó a sus amigos: un pájaro con plumas de arcoíris y una mariposa que podía cambiar de tamaño. Juntos, lo llevaron a conocer el país de Fantasialia, un lugar donde la amistad y la imaginación eran los pilares de la felicidad.
Leo se sintió libre y feliz, pero también extrañaba a sus padres. Cada noche, miraba las estrellas buscando el brillo de su cohete. Un día, el pájaro le habló sobre el poder de la imaginación.
"Si crees con fuerza, podrías volver a ver a tus papás", le dijo el pájaro.
"¿Cómo?", preguntó Leo, con una chispa de esperanza.
"Solo debes soñar y desearlo con el corazón", contestó la mariposa.
Inspirado y decidido, Leo comenzó a inventar aventuras en su mente, pensando en los momentos felices con sus padres. Cada día, sus sueños lo llevaron a nuevas experiencias: voló entre las nubes, nadó en mares de chocolate y hasta organizó una fiesta con los habitantes del bosque.
Con el tiempo, se dio cuenta de que la magia de Fantasialia podía ayudarlo a encontrar la manera de volver a casa. Un amanecer, se reunió con todos sus amigos.
"Quiero volver a ver a mis papás. Ya he vivido muchas aventuras, pero ellos son la mejor parte de mi vida", dijo Leo con lágrimas en los ojos.
Los amigos lo rodearon y con su ayuda, juntaron el poder de sus risas, sueños y buenos deseos. Así, crearon una estrella brillante que iluminó el camino de Leo.
"¡Ahora puedes ir!", exclamó el caracol gigante.
Leo se subió a su cohete y, con un fuerte empujón de amor, el cohete despegó nuevamente hacia el espacio. Al regresar a casa, se llenó de felicidad. Se encontró nuevamente con sus padres, quienes lo esperaban con los brazos abiertos.
"¡Hijo! ¡Estás de vuelta!", gritó Marta emocionada.
Y desde ese día, aunque la guerra seguía, Leo supo que la imaginación y el amor podían superar cualquier dificultad. Juntos, comenzaron a construir un nuevo hogar, lleno de sueños, risas y esperanzas.
FIN.