El Niño Feliz y el Jardín de Sonrisas
Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Alegría, un niño llamado Tomás que siempre tenía una sonrisa en su rostro. Tomás era conocido por ser el niño más feliz de todo el pueblo. Desde que despertaba hasta que se iba a dormir, su risa resonaba en las calles. La gente se preguntaba qué era lo que hacía a Tomás tan feliz.
"¿Cómo podés ser tan feliz todo el tiempo, Tomás?" - le preguntó una vez su amiga Sofía, mientras jugaban en el parque.
"Es fácil, Sofía. Solo tengo que recordar las cosas que me hacen feliz: mis amigos, el sol, y los juegos" - respondió Tomás, mientras daba saltos de alegría.
Un día, Tomás decidió llevar su felicidad más allá y empezó a visitar a los ancianos del hogar de la tercera edad. Allí conoció a Doña Rosa, una mujer mayor que estaba muy triste porque se sentía sola.
"¡Hola, Doña Rosa!" - exclamó Tomás al entrar.
"Hola, pequeño. ¿Qué te trae por aquí?" - contestó Doña Rosa, sin poder ocultar su melancolía.
"Vine a hacerte compañía. ¿Te gustaría que jugáramos a las cartas?" - preguntó Tomás entusiasmado.
Doña Rosa sonrió por primera vez en mucho tiempo.
"Sí, me encantaría. Pero no soy muy buena jugando" - dijo.
"No importa. Lo importante es divertirnos juntos" - dijo Tomás con una gran sonrisa.
Esa tarde, entre risas y cartas, Tomás le contó historias de su vida en el pueblo, las aventuras en la escuela, y los juegos con sus amigos. Doña Rosa, encantada, empezó a compartir también sus recuerdos de niñez. Juntos, crearon un lazo especial que llenó de alegría el corazón de la anciana.
Pasaron los días y, un día, cuando Tomás llegó al hogar, notó que había más personas en la sala. Casi no podía contener su sorpresa.
"¡Hola a todos!" - saludó con efusividad.
Vio que Doña Rosa estaba organizando un juego de bingo.
"¡Tomás! ¡Ayúdame, por favor!" - le pidió Doña Rosa.
Tomás se puso manos a la obra y comenzó a ayudar a los ancianos a jugar y a disfrutar de la actividad. Poco a poco, el lugar se llenó de risas y sonrisas, creando una atmósfera que los hizo olvidar por un momento sus tristezas. En ese momento, Tomás se dio cuenta de que su felicidad no solo venía de lo que él hacía, sino de compartirla con los demás.
Sin embargo, un día llegó una noticia preocupante al pueblo: una tormenta se acercaba y podría dañar las casas de los ancianos. Tomás, al enterarse, se preocupó.
"¡Debemos hacer algo!" - dijo a sus amigos mientras jugaban en el parque.
Decidieron hacer un plan para ayudar. Juntos, organizaron un equipo de rescate. Hicieron carteles y fueron puerta a puerta pidiendo ayuda para recoger mantas, comida y todo lo que los ancianos pudieran necesitar.
"No podemos dejar que Doña Rosa y los demás queden solos en esa tormenta" - añadió Sofía, determinada.
La comunidad se reunió, y con grandes esfuerzos, lograron trasladar a los ancianos a un lugar seguro, organizando juegos y actividades para que no se sintieran asustados. Tomás, con su inagotable energía, fue el primero en instar a todos a jugar y olvidar el mal tiempo.
"Vamos a hacer un gran círculo y contarnos historias hasta que pase la tormenta" - sugirió Tomás.
Finalmente, después de varias horas de lluvia, la tormenta se calmo y, al mirar por la ventana, los ancianos vieron que el sol comenzaba a salir nuevamente. Todos aplaudieron y celebraron juntos.
"¡Gracias, Tomás! ¡Eres un verdadero amigo!" - expresó Doña Rosa, mirando a su alrededor.
"Lo hicimos juntos. La felicidad se multiplica cuando la compartimos" - respondió Tomás con su sonrisa característica.
Desde ese día, Tomás no solo fue conocido como el niño feliz, sino también como el niño de las sonrisas. Y entendió que al ayudar a los demás y compartir momentos de alegría, su felicidad crecía, y la de todos a su alrededor también. Así, en el pequeño pueblo de Alegría, la risa nunca dejó de sonar, y el jardín de sonrisas de Tomás floreció más que nunca.
FIN.