El Niño Futbolista



Había una vez en un pequeño barrio de Buenos Aires un niño llamado Lucas, que soñaba con ser un gran futbolista. Cada tarde, después de hacer sus tareas, corría al parque con su pelota, donde se pasaba horas practicando su dribbling y sus tiros en la portería improvisada que había hecho con unos conos.

Un día, mientras estaba entrenando, un grupo de chicos más grandes se acercó y comenzaron a jugar un partido. Lucas, emocionado, se acercó y les preguntó:

"¿Puedo jugar con ustedes?"

Los chicos lo miraron de arriba a abajo y uno de ellos, llamado Mateo, le respondió:

"¿Pero qué podés hacer, pibe? Sos muy chico."

Lucas no se desanimó.

"¡Puedo correr rápido y sé hacer muchos trucos!"

Los chicos se rieron entre ellos y decidieron darle una oportunidad. Comenzaron a jugar y, aunque Lucas se esforzó, no logró jugar tan bien como imaginaba. Falló varios pases y no pudo evitar que el equipo contrario anotara un gol tras otro.

Al finalizar el partido, Lucas se sintió decepcionado.

"No sé si alguna vez podré jugar bien..."

Mateo, que había visto su esfuerzo, se acercó y le dijo:

"No te pongas triste. Todos empezamos de alguna manera. Lo importante es que te diviertas y sigas practicando. ¿Querés que entrenemos juntos?"

Lucas sintió un rayo de esperanza y aceptó muy entusiasmado. Así, los dos comenzaron a entrenar todos los días después de la escuela. Mateo le enseñó a mejorar su técnica, a posicionarse mejor en la cancha y a jugar en equipo.

Pasaron algunas semanas y Lucas comenzó a notar su progreso. Se sentía más ágil y confidente, además de disfrutar de cada momento en la cancha. Un día, mientras practicaban, Mateo le dijo:

"Hay un torneo en el barrio el próximo mes. Deberíamos inscribirnos, creo que podrías hacer un gran papel."

Lucas se sintió un poco nervioso, pero también emocionado.

"¡Sí, quiero participar!"

Y así fue como se formó un equipo con algunos chicos del barrio, bajo la dirección de Mateo. Entrenaban todos los días y cada vez se entendían mejor. Sin embargo, a medida que se acercaba el torneo, uno de los integrantes del equipo, Martín, comenzó a tener problemas.

"No quiero jugar más. Me siento muy desanimado, ustedes son mucho mejores que yo."

Lucas, recordando cómo se había sentido al principio, se acercó a Martín.

"No digas eso. Cada uno tiene su propio ritmo. Lo que importa es que intentemos juntos. Siempre hay lugar para todos. Si jugás con nosotros, vas a ver que vas a mejorar mucho. ¡Nos necesitamos!"

Después de hablar con él, Martín decidió seguir en el equipo. El día del torneo llegó y toda la emoción se sentía en el aire. Los chicos estaban nerviosos, pero también listos para demostrar lo que habían aprendido.

El primer partido fue difícil, pero lograron trabajar en equipo y, al final, ganaron. En la segunda ronda, Lucas anotó un hermoso gol que dejó a todos boquiabiertos.

"¡Eso, Lucas!"

Los chicos celebraron, pero la competencia se intensificó en la final. El equipo se encontró contra un grupo muy fuerte. Cada jugada era más complicada, y el marcador seguía empatado. Cuando quedaban solo unos minutos, Lucas hizo un pase a Martín, quien, con toda su fuerza, pateó la pelota y anotó el gol de la victoria.

"¡Lo logramos!"

Gritaron todos y felicitaron a Martín.

"¡Sos un crack!"

Después de recibir la medalla, Lucas miró a sus amigos y sonrió.

"Este triunfo es de todos, no solo mío. Sin la ayuda de ustedes, no habría llegado hasta aquí."

Con el corazón lleno de alegría, Lucas comprendió que el verdadero valor del fútbol no era solo ganar, sino formar parte de un equipo, apoyarse mutuamente y disfrutar del camino juntos. Desde ese día, siguieron entrenando y disfrutando del juego, sabiendo que cada uno, con esfuerzo y apoyo, podía alcanzar sus sueños.

FIN.

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