El niño generoso
Había una vez un niño llamado Isaias, que era conocido por ser extremadamente engreído. Siempre se creía el mejor en todo y no perdía oportunidad de presumir sobre sus habilidades.
Un día, mientras caminaba por el parque con su gran grupo de amigos, vio a un niño pequeño sentado solo en un banco. El niño parecía triste y solitario, lo cual despertó la curiosidad de Isaias.
Isaias se acercó al niño y le preguntó: "¿Por qué estás solo? ¿No tienes amigos?". El niño levantó la cabeza y respondió tímidamente: "No tengo amigos porque soy muy tímido. No puedo hablar con las personas".
Isaias sonrió con superioridad y dijo: "Eso es porque no eres tan genial como yo. Yo puedo hacer cualquier cosa". El pequeño niño miró a Isaias sorprendido y le desafió: "Si eres tan genial como dices, demuéstramelo". Isaias aceptó el desafío sin pensarlo dos veces.
Decidió que iba a enseñarle al niño cómo ser extrovertido y hacer nuevos amigos. Los días pasaron y Isaias llevaba al pequeño niño a todas partes para mostrarle sus habilidades sociales.
Le enseñaba cómo iniciar conversaciones, cómo presentarse a sí mismo e incluso cómo contar chistes divertidos. Pero a pesar de todos los esfuerzos de Isaias, el pequeño niño aún tenía dificultades para relacionarse con los demás. Parecía que toda la confianza y habilidades sociales de Isaias no eran suficientes para ayudarlo.
Un día, mientras Isaias y el niño estaban en el parque, vieron a un grupo de niños jugando al fútbol. El pequeño niño miró con tristeza cómo los demás se divertían juntos.
Isaias se acercó a él y le dijo: "No te preocupes, yo puedo jugar al fútbol mejor que todos ellos". El pequeño niño sonrió débilmente y dijo: "Pero no quiero que juegues por mí. Quiero poder hacerlo yo mismo". Esto hizo reflexionar a Isaias.
Se dio cuenta de que todo este tiempo había estado tratando de imponer su forma de ser al pequeño niño, sin tener en cuenta sus propios deseos y habilidades. Decidió cambiar su enfoque.
En lugar de enseñarle al niño cómo ser como él, decidió ayudarlo a descubrir sus propias fortalezas. Isaias animó al pequeño niño a participar en actividades que realmente disfrutaba, como dibujar y leer libros.
A medida que el niño comenzaba a hacer lo que le gustaba, empezó a sentirse más seguro consigo mismo. Un día, mientras el pequeño niño estaba leyendo un libro bajo un árbol del parque, otro niño se le acercó y le preguntó sobre la historia que estaba leyendo.
El pequeño niño respondió con entusiasmo y pronto ambos estaban inmersos en una conversación animada sobre libros. Isaias observaba desde lejos con una sonrisa en su rostro.
Había aprendido una valiosa lección: cada persona es única y especial a su manera, y lo importante es ayudar a los demás a descubrir su propio brillo. Desde ese día, Isaias dejó de ser engreído y se convirtió en un amigo solidario para todos.
Y el pequeño niño, gracias a la ayuda de Isaias, encontró su voz y comenzó a hacer amigos genuinos. Y así, juntos, aprendieron que la verdadera grandeza no reside en ser mejor que los demás, sino en ayudar a los demás a brillar con su propia luz.
FIN.