El niño inquieto y travieso
Había una vez en un pequeño pueblo, un niño llamado Lucas. Era conocido en toda la aldea como el niño inquieto y travieso, siempre lleno de energía y con ideas descabelladas. Si no se lo veía trepando a los árboles, seguro estaba armando una carrera de caracoles o imitando los sonidos de las aves, provocando que todos se rieran. Pero, aunque los adultos se reían de sus travesuras, a menudo se preocupaban por el caos que generaba.
Un día, mientras jugaba en el parque, Lucas decidió que quería construir un cohete de papel para llegar a la luna. "¡Voy a ser el primer niño que viaje a la luna!"-, proclamó. Al principio, sus amigos lo miraron con escepticismo "Pero Lucas, no se puede viajar a la luna con un cohete de papel"-, le respondió su amiga Sofía. "¿Y por qué no? Todo es posible si lo intentamos"-, replicó Lucas con una sonrisa conspiradora.
Así que, juntos, comenzaron a recoger materiales del basurero del parque: cajas de cartón, botellas de plástico y unos cuantos globos. "¡Vamos! ¡Más rápido!"-, gritó Lucas, mientras la pandilla se sumía en el trabajo, riendo y bromeando.
Pero a medida que avanzaban, algunos niños comenzaron a desanimarse. "Esto no va a funcionar", dijo Tomás, mirando el desastre de materiales. "No seas aguafiestas, Tomás!", contestó Lucas. "Si nos lo proponemos, ¡puede que funcione!"-.
Cuando terminaron, tenían una estructura peculiar: un cohete de cartón decorado con los globos. Todos estaban exhaustos pero emocionados, listos para lanzarlo. "¡Contemos hasta tres!"-, sugirió Sofía. "Uno, dos, tres… ¡Lanzamiento!"- gritaron todos juntos y empujaron el cohete al mismo tiempo.
El cohete salió volando… pero solo unos pocos metros. De repente, chocó contra un árbol y se desarmó en mil pedazos. Hubo un momento de silencio, seguido de una explosión de risas. "¡Miren nuestro cohete! ¡Ha ido a la luna y ha vuelto!"-, dijo Lucas entre carcajadas.
A pesar del fracaso, la experiencia los unió. En lugar de sentirse derrotados, Lucas empezó a apreciar la belleza de la imaginación y la creatividad: "A veces, lo que importa no es llegar a la luna, sino disfrutar el viaje"-, reflexionó con sus amigos.
Desde ese día, Lucas comenzó a utilizar su energía y su entusiasmo para hacer cosas útiles. Organizó juegos en el parque que reunían a todos los niños, ayudó a plantar un pequeño jardín comunitario y llenó de música el pueblo con sus rimas y canciones.
Sin embargo, un día, un nuevo niño llegó al pueblo. Se llamaba Julián y era muy tímido. Durante el recreo, Lucas lo vio sentado solo en una esquina. "¡Eh! ¿Queres jugar con nosotros?"-, le gritó mientras corría hacia él. Julián miró hacia abajo, dudando. "No sé, no soy bueno en nada"-, respondió tímidamente.
Lucas se agachó y le dijo: "No se trata de ser el mejor, sino de divertirse. Vamos, ven. Te enseñaremos a construir un cohete de papel"-. Con una sonrisa tímida, Julián se unió al grupo y pronto se sintió parte de la pandilla.
Lucas se dio cuenta de que su travesura más grande era hacer que otros se sintieran incluidos. Juntos, lograron construir un nuevo cohete que voló, aunque no muy alto, pero lo más importante fue que todos se divirtieron y aprendieron a apoyarse unos a otros.
Así fue como Lucas, el niño inquieto y travieso, se convirtió en el niño imaginativo y hospitalario que inspiró a otros a ser creativos y a divertirse juntos. En el fondo, entendió que un corazón generoso tiene un poder que va más allá de cualquier cohete que uno pueda fabricar.
Y así, el jugueteo de Lucas se transformó en algo aún más grande: la unión de un grupo de amigos dispuestos a soñar juntos. Y por cada luna que con su creatividad decidieron imaginar, se hicieron más fuertes como comunidad.
Desde ese día, Lucas, Sofía, Tomás y Julián construyeron no solo cohetes, sino un sinfín de aventuras, llenas de risas y aprendizaje. Y así, el niño inquieto y travieso descubrió que la magia de la infancia radica en la amistad y la imaginación.
FIN.