El niño que aprendió a sonreír



Había una vez un pequeño niño llamado Julián que vivía en un pueblo lleno de colores y sonrisas. Sin embargo, Julián tenía una preocupación que lo hacía llorar casi todos los días. Un día, mientras jugaba en el parque, notó que no podía alcanzar el columpio más alto.

"¡No puedo! ¡Nunca voy a poder!" - exclamó Julián, dejando caer sus brazos al costado.

De repente, apareció Sol, una niña con una cabellera rizada y una inmensa energía.

"¿Por qué lloras, Julián?" - preguntó Sol, aproximándose con curiosidad.

"Quiero jugar pero no puedo llegar al columpio. Todos mis amigos se divierten y yo solo miro" - respondió Julián con lágrimas en los ojos.

Sol sonrió y le dijo:

"A veces parece difícil, pero eso no significa que no se pueda lograr. Te puedo ayudar."

"¿Cómo?" - se secó los ojos, intrigado.

"Vamos a hacer un plan. Primero, vamos a ver cómo hacen los demás para llegar al columpio, luego probamos juntos" - propuso Sol.

Julián se sintió un poco mejor al escucharla y juntos comenzaron a observar a los chicos del parque. Sin embargo, notaron que la mayoría eran más grandes y que los columpios estaban más altos de lo que parecían. La frustración empezó a abrazar a Julián nuevamente.

"No sé, Sol. Quizás nunca lo logre" - dijo Julián con un susurro.

La pequeña Sol lo miró con determinación.

"¡Eso no es cierto! Lo que vamos a hacer es crear un trono para ti. ¡Vamos a construir una silla alta!"

Julián se sentó en el césped mientras Sol comenzaba a buscar ramas y hojas. Juntos lograron juntar lo suficiente para construir un improvisado trono. Una vez terminado, Julián se subió, y aunque el trono era inestable, se sintió emocionado.

"¡Ahora sí puedo llegar!" - gritó con alegría.

"Pero ahora hay que tener cuidado, ¡no te tires!" - recordó Sol con risa.

Julián, emocionado, logró columpiarse. Pero cuando estaba en el punto más alto, su corazón se llenó de miedo y decidió saltar. Aterrizó de pie, pero cayó al suelo de una manera graciosa, haciendo reír a Sol y a todos los que presenciaron el momento. Julián, en vez de llorar, estalló en carcajadas.

"Eso fue increíble!" - dijo Julián mientras se limpiaba la tierra de la ropa.

"¡Ves! A veces lo que parece un problema puede ser divertido, si lo mirás desde otro ángulo" - dijo Sol, guiñándole un ojo.

Con el tiempo, Julián se dio cuenta de que no solo podía jugar en el columpio, sino también en otros juegos del parque. La ayuda de Sol le había enseñado que siempre se puede encontrar una solución, y que cada desafío puede transformarse en una aventura.

Un día, mientras jugaban, apareció un grupo de niños más grandes, y empezaron a burlarse de Julián.

"¿Ves ese columpio? No podés ni siquiera columpiarte, ¿qué hacés jugando ahí?"

En lugar de llorar, Julián sintió que era el momento de usar lo que había aprendido. Se acercó y dio un paso adelante.

"Estoy aprendiendo y me divierto mucho. ¿Quieren unirse a nosotros?" - dijo con confianza.

Los chicos se quedaron sorprendidos. Julián no solo les compartió su alegría, sino que también los invitó a jugar. Sorprendidos, los otros niños comenzaron a acercarse y pronto todos estaban riendo y columpiándose juntos.

Desde entonces, Julián no volvió a llorar por cosas que pensaba que no podía hacer. Sabía que siempre podía pedir ayuda o buscar una solución creativa. Se dio cuenta de que la verdadera fuerza estaba dentro de él, y que compartir su alegría podía llevar a otros a unirse y aprender también.

Así, Julián se transformó poco a poco en un ejemplo para otros niños. Cada vez que alguien se sentía triste o tenía miedo de intentarlo, él estaba allí, listo para recordarles que, a veces, lo más importante no es ser el mejor, sino disfrutar del momento y aprender en el camino.

FIN.

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