El niño que contaba historias
Había una vez un niño llamado Lucas que vivía en un pequeño pueblo. Desde muy chiquito, Lucas había descubierto que le encantaba contar historias. Pero, lamentablemente, a veces sus historias estaban más adornadas de lo que deberían. Era un gran mentiroso.
Un día, durante el recreo en la escuela, Lucas reunió a sus compañeros y empezó a contarles:
"¡Ayer vi un dragón volando sobre la montaña! Era gigante, y escupía fuego por la boca. Todos nos asustamos, pero yo fui el único valiente que no se escondió".
Al escuchar esto, sus amigos lo miraron con asombro, pero pronto comenzaron a murmurar entre ellos. Sabían que en el pueblo no había dragones.
"Lucas, ¿de verdad viste un dragón?" preguntó Ana, una de sus amigas.
"¡Claro! Lo vi desde la ventana de mi casa. Me habló y me dijo que quería ser mi amigo".
Aunque algunos le creyeron, más tarde, otros comenzaron a dudar de sus palabras. La fama de Lucas creció como un cuento de hadas, pero no por las razones que él esperaba.
Pasaron los días, y Lucas seguía contando historias inventadas. Un día, decidió hacer algo más emocionante. Le dijo a todos que iba a encontrar un tesoro escondido.
"¡Voy a buscar un cofre lleno de oro y joyas!" proclamó, mientras sus ojos brillaban de emoción.
Sus compañeros, emocionados, lo siguieron por el bosque cercano. Pero tras horas de búsqueda sin éxito, empezaron a desilusionarse.
"Lucas, esto no es divertido. Solo estamos caminando por el bosque. ¿Dónde está el tesoro?" se quejó Juan, un amigo.
"¡Un poco de fe, chicos! El tesoro está por aquí, seguro que está cerca".
Pero al final, el grupo terminó volviendo a la escuela sin el tesoro. Lucas se sentía mal. Había decepcionado a sus amigos, y la diversión se había vuelto frustración.
Esa noche, mientras estaba en su habitación, Lucas escuchó un ruido proveniente de fuera. Miró por la ventana y vio a su perro, Rufus, intentando jugar con algo en el jardín. Intrigado, salió y encontró a Rufus jugando con una caja vieja de madera.
"¿Qué tenés ahí, Rufus?" preguntó Lucas. Abrió la caja y, para su sorpresa, encontró monedas antiguas y algunas joyas pequeñas. ¡Era un tesoro! Emocionado, decidió que debía contar a sus amigos.
Al día siguiente, las cosas fueron diferentes. Lucas reunió a sus amigos y con una gran sonrisa les dijo:
"¡Chicos! ¡Ayer encontré un verdadero tesoro!"
Sus amigos, escépticos, lo miraron como si fuera otra de sus historias.
"¿Cierto, Lucas? ¿O es solo otra de tus mentiras?" preguntó Ana.
Lucas, mirando a cada uno de sus amigos, decidió contarles la verdad.
"Sí, lo encontré, y es real. Pero, también entendí que no se puede jugar con la imaginación de los amigos. Quiero que lo vean, pero porque esta vez es cierto".
Llevó a sus amigos al jardín y mostró la caja llena de tesoros. Todos quedaron asombrados y felices de que finalmente Lucas había dicho la verdad.
"¡Guau, Lucas! ¡Eso es increíble!" exclamó Juan.
"Gracias por compartirlo con nosotros" agregó Ana, sonriendo.
Lucas aprendió que mentir puede parecer divertido al principio, pero la verdad tiene el poder de unir a las personas de una manera especial. Desde ese día, comenzó a contar historias, pero siempre asegurándose de que las que contara fueran verdaderas. Sus amigos sabían que podían confiar en él, y así, Lucas se convirtió en el mejor narrador de aventuras que el pueblo había conocido, siempre contándolas con un toque de sinceridad
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado, pero la lección queda: La verdad es siempre más brillante que cualquier mentira.
FIN.